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Opinión

EE.UU. está empeñado en dos grandes guerras: contra las drogas y contra el terrorismo. Esas guerras son difíciles de precisar en el espacio y, en muchos casos, son ambiguas en su definición.

Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com

Por lo tanto permiten a la superpotencia inmiscuirse en los asuntos de los estados cuyas políticas no coinciden con los intereses de Washington que son, a la vez, los del conjunto de gigantes económicos que han transformado la democracia estadounidense en una democracia corporativa.

Además, estas guerras indefinidas e infinitas, situación que place mucho al complejo industrial-militar gringos –pues ya estaban hartos de andar buscando pretextos para sus intervenciones bélicas– dan lugar a numerosas paradojas y revelan al mismo tiempo el menosprecio por la opinión ajena que tiene este gigante en apuros. Estados Unidos, como todos ya sabemos, es el mayor consumidor de drogas del planeta. Es también el mayor vendedor de armas, así como el campeón de bloquear resoluciones de las Naciones Unidas que perjudiquen a sus socios, y también un as en no suscribir tratados en favor de la paz y la justicia. Es decir, que proveen de armas a quienes combaten las drogas y a los propios narcos. En esto hay que admitir que son equitativos y justos. Por distintas vías, por supuesto, pero las armas siempre llegan a quienes las necesitan. Y, sea cual sea el camino por el que llegan, matan igual. Además, en otro acto de justicia, no mueven un dedo para eliminar los dañinos “paraísos fiscales” que los señores de las drogas –qué duda cabe– usan para lavar a sus activos. Saber quién es quién en este embrollo de intereses no es imposible pero sí nocivo para la salud y la propia supervivencia.


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