22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Relajado y feliz, al sur de Lima, en un elegante hotel con vista al mar, jamás imaginé que me sucedería lo que estaba por vivir.

Carlos Carlín, Habla.babas
ccarlin@peru21.com

Relajado y feliz, al sur de Lima, en un elegante hotel con vista al mar, jamás imaginé que me sucedería lo que estaba por vivir. Salí de la piscina, entré en mi habitación y me encerré en el enorme e impecable baño. Sentado, pensando en nada y haciendo en paz lo que tenía que hacer, sentí un extraño aleteo entre mis piernas y, con las mismas, una cucaracha furiosa y voladora planeó hacia mí. La vi y me miró. Estuvimos cara a antenas. Traté de huir, pero la ropa de baño actuaba como grillete. Entonces, me tiré al piso. Semicalato, me revolcaba por las baldosas tratando de contener las embestidas de la cucaracha alada. Tenía que sacármela de encima como sea, pero no tenía con qué, hasta que vi el papel higiénico. Esa sería mi arma. Protegiendo mi cabeza con una mano, me arrastré con la otra hacia el rollo. Ella, como si conociera mis intenciones, atacó ferozmente. Mojé un poco de papel en el bidet y empezó un combate a punta de proyectiles. ¡Muere!, le gritaba mientras le tiraba una bomba. ¡Muere, maldita!, y otra bomba de papel. A la tercera bomba, murió aplastada. Exhausto desde el piso y con el cadáver de la cucaracha a mi lado, vi a un botones parado en la puerta del baño ¿Lo puedo ayudar, señor Tony? dijo. Me sentí cucaracha.


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