Lucía de Althaus,Opina.21
parentalidad.pe
La tercera hija de un matrimonio estable presenta rasgos “extraños”, según sus padres, a diferencia de sus hermanos mayores. Ella, de 5 años, llora mucho cuando su madre sale, le cuesta quedarse sola y entra en pánico inconsolable cuando tiene una herida. Buscando entender el origen de sus miedos, llegamos –por casualidad– a que fue prematura, teniendo que pasar 45 días en una incubadora, conectada a tubos y sondas, sufriendo –además– de una operación a las vías respiratorias. La niña no “sabe” esta información, pero sí tiene un registro emocional de este trauma.
A esta familia, como a muchas otras, no le advirtieron del impacto psíquico-emocional que produce en un recién nacido el haber pasado por frías máquinas y cortantes agujas, cuando lo que le corresponde es ser acogido en los brazos cálidos y protectores de su madre. Si los doctores se hubiesen ocupado tan bien de su cuidado emocional como lo hicieron con su estado físico, quizás esta niña no habría sido vista como “extraña” al crecer y, más bien, se habrían concentrado un tiempo en fortalecerla emocionalmente. Somos un todo integrado desde que nacemos, no lo olvidemos.
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