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Opinión

Resumo la columna del 21/3/03, cuando se iniciaba la guerra contra Irak: “Es tan desproporcionada que llamarla guerra resulta un despropósito. Se trata de un atropello.

Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com

Atropella el país más poderoso, con las armas más sofisticadas de la historia y con el arsenal más vasto jamás imaginado, acusando, sin pruebas, a Irak, de poseer aquello que al agresor le sobra: armas de destrucción masiva. Los argumentos de Bush son tan sosos como hubiese sido su presidencia si no hubiese existido el 11 de setiembre, y pondrá en marcha ideas que EE.UU., en tiempos mejores, hubiese considerado delirantes”.

“La guerra preventiva es, según opinó en su momento Eisenhower, una teoría nazi. Apoyarla es colocar a otras naciones en la lista de futuras víctimas. Atacar a un país por las intenciones que se le atribuyen es un delirio propio de iluminados medievales que creían poder distinguir el bien del mal. El enviado del Papa para conversar con Bush dijo: ‘Me estrellé contra una pared. Y esa es la postura de los fanáticos, de quienes no transigen jamás aunque la realidad les demuestre que están equivocados’. Si, como en este caso, la realidad les mostraba que Irak no poseía armas de destrucción masiva, la equivocada era la realidad y, por lo tanto, no mellaba su proyecto de invasión. Por eso aseguramos que la guerra era inevitable”.

La indignación y el estupor de Juan Pablo II, de Mandela, de Sábato, de multitudes volcadas a las calles, no significaron nada para los halcones.

No hay excusas, y esta agresión, que era evitable, coloca a sus autores en la galería de quienes sabotean nuestras esperanzas de poder construir un mundo mejor.


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