Guillermo Giacosa,opina.21
ggiacosa@peru21.com
Tampoco se escandaliza por la trata de personas, a menos que entre ellos haya algún primo de un presidente adicto, y mucho menos pone el grito en el cielo por el cambio climático ni por los reactores nucleares fuera de control en Japón. ¡Qué va! Esas son cosas que pasan. Cosas que afectan relativamente poco los negocios (en algunos casos los estimulan) y que, básicamente, no interfieren la sagrada libertad de los mercados ni el poder de las corporaciones mediáticas que son, al fin y al cabo, las que crean la realidad.
“Dejen que pase lo que pase que contado a nuestra manera resultará intrascendente o, al menos, digerible”, exclaman a coro estas corporaciones. Lo que sí no soporta Occidente es el detalle, el detalle los desconcierta. Que un candidato presidencial en EE.UU. tenga un desliz extramatrimonial suena aterrador, casi tan aterrador como la foto de un disidente sirio comiéndose el corazón de un soldado del ejército de ese país al grito de: “Juro por Dios que me comeré sus corazones e hígados, soldados del perro Bashar” (presidente sirio). Ese insignificante hecho, comparado con la magnitud del drama que vive Siria bombardeada por Israel, ha hecho recapacitar a los ‘estadistas’ occidentales sobre la pertinencia de ayudar o no a los rebeldes. En realidad, la interrogante es si ayudarán menos solapadamente a estos grupos. El canibalismo de un fanático es más peligroso para los valores occidentales que las miles de muertes que, con su ayuda o su indiferencia, ya se han sembrado en ese país.
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