22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Roberto Lerner,Espacio de crianza
espaciodecrianza.educared.pe

“¿Cuáles son los minerales que viven debajo de la tierra y yo no lo sé? ¿Con qué construyen los motores de los aviones? ¿Cómo cuando el cuerpo ya no vive se muere? ¿Cómo las personas se convierten en Morlocks? ¿Cómo Bruce Banner se convierte en Hulk? ¿Cómo se construye una casa? ¿Hugo Chávez ya cerró sus ojitos y eso quiere decir que ya murió? ¿Con qué se hace la arena y el agua del mar? ¿Por qué los bebitos lloran? ¿Cómo se construye un Ipad? ¿Por qué el pasto es verde?”.

Algunas preguntas hechas por un niño de cuatro años y medio. Mezcla de interés por el funcionamiento de la realidad que va a predominar a partir de los cinco, interrogantes sobre el mundo imaginario y mágico en el que vive actualmente, curiosidad sobre el mundo social y lo que seguramente escucha en su entorno, y la presencia –a través de las noticias y la angustia que viene de adentro– sobre la finitud que ya intuye.

Los adultos respondemos al paso, con fantasías que ahuyentan nuestras propias ansiedades, o nos embarcamos en una conferencia que reparte datos. Pero, sobre todo a esa edad, los niños no necesariamente quieren una respuesta. Tienen sus propias teorías y buscan hacerlas saber, explorarlas con un adulto que no se asusta de inconsistencias, contradicciones, realidades maravillosas y vacíos macizos.

¿Y tú qué piensas?, ¿cómo así?, ¿te parece?, ¡asu, qué miedo!, yo también me pregunto pero no sé… algunas de las palabras que van haciendo el camino del verdadero diálogo. O, ¿por qué no?, digamos en el caso de la razón del color del pasto: para que las orugas se puedan esconder de los pajaritos que se las quieren comer.


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