Roberto Lerner,Espacio de crianza
espaciodecrianza.educared.pe
Es un insumo inevitable, felizmente renovable como las lágrimas de los que lloramos de pena o alegría. ¡Y vaya que se utiliza en un consultorio!
Una joven está muy molesta porque le he hecho una pregunta que no le gusta y evita tocar un tema que la irrita. Otras cuestiones, sobre todo conceptuales, académicas, morales, las acoge siempre con gusto y se abre a todas las posibilidades y horizontes. Es crítica, analítica, inteligente, creativa. Prefiere los libros a las fiestas y se ciñe a las normas de conducta aceptadas y aceptables.
Mira la caja de reojo mientras por sus mejillas se deslizan esas gotitas saladas que expresan sentimientos profundos. Al jalar la punta de una de las hojas de papel, varias se desparraman entre la abertura y el sillón donde está sentada. Se seca el rostro. No hace nada con el papel que está parte dentro y parte fuera. Al cabo de unos instantes afirma: “Si las meto se van a arrugar”. “¿Y si no?”, le pregunto. “Quizá nadie las agarre porque van a pensar que están usadas”, responde.
Es lo que ocurre en muchas relaciones, ciertamente lo que está en juego en una terapia: ¿qué de nuestro mundo interno compartimos, sacamos a la luz, sirve?, ¿qué se queda adentro porque hemos perdido la esperanza de poder utilizarlo con otra persona; o descansa abandonado fuera sin que nadie lo recoja, lo comprenda, ni nosotros ni otros; o lo sentimos arrugado, feo, sucio, indeseable?
Gracias al papel tissue –las metáforas son poderosas– se pudo comenzar a explorar avenidas menos cómodas para ella y entender que nada es demasiado sucio, ni inútil, ni arrugado como para que no pueda hacer crecer una relación.
Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.