Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com
“Desconcertado oigo la voz de Su Santidad que dice: ‘Buenos días, soy el papa Francisco’. ‘Buenos días, Santidad’ —digo, y luego—, ‘estoy impresionado, no me esperaba que me llamara’. ‘¿Por qué impresionado? Usted me escribió pidiendo conocerme. Yo tenía el mismo deseo y aquí estoy para fijar la cita. ¿Le va bien el martes?’. Respondo: ‘Muy bien’. ‘El horario es incómodo, las 15. ¿Le va bien? Si no, cambiamos de día’. ‘Santidad, está muy bien el horario’. ‘Entonces, estamos de acuerdo: el martes 24 a las 15. En Santa Marta. Debe entrar por la puerta del Santo Oficio’”.
“No sé cómo acabar esta llamada y me dejo llevar, diciéndole: ‘¿Puedo abrazarle por teléfono?’. ‘Sí. Le abrazo también yo. Luego lo haremos en persona. Hasta pronto’. Ahora estoy aquí. El Papa entra y me da la mano, nos sentamos. Sonríe y me dice: ‘Algunos colaboradores que le conocen me ha dicho que usted intentará convertirme’. ‘Es una broma’, le respondo. ‘También mis amigos piensan que será usted quien querrá convertirme’. Y aquí un adelanto de la conversación: ‘El proselitismo’ –dice el Papa– ‘es una solemne tontería, no tiene sentido. Hay que conocerse, escucharse y hacer crecer el conocimiento del mundo que nos rodea. Me sucede que después de un encuentro tengo ganas de otro, porque nacen nuevas ideas y se descubren nuevas necesidades. Esto es importante: conocerse, escucharse, ampliar el círculo de los pensamientos’”.
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