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Opinión: Queremos tanto a Julio

Fue un visionario, se anticipó a su tiempo. Era el más viejo de los escritores del ‘boom’ latinoamericano (¡le llevaba 22 años a Vargas Llosa, 13 a García Márquez y 14 a Fuentes!), pero parecía el más joven e iconoclasta.

Queremos tanto a Julio. (Cortesía: La Nación)
Queremos tanto a Julio. (Cortesía: La Nación)

¿Por qué es tan grande Cortázar? Fue un visionario, se anticipó a su tiempo. Era el más viejo de los escritores del ‘boom’ latinoamericano (¡le llevaba 22 años a Vargas Llosa, 13 a García Márquez y 14 a Fuentes!), pero parecía el más joven e iconoclasta. Quizá porque llegó a París antes, a comienzos de los 50, y se insertó rápidamente en la modernidad literaria de la posguerra, pero quizá también porque provenía de un ambiente cultural como el bonaerense, que mantenía lazos más estrechos con Europa.

Argentina era boyante, con una sólida industria editorial. Fue en ese medio donde creció Cortázar, primero como un tímido normalista, maestro en provincias, ajeno a las presiones de la capital, completando su aprendizaje de narrador con un fervor y discreción admirables. Por ello, cuando debutó con el cuento Casa tomada –que sometió a consideración de una revista dirigida por Borges, quien reconoció su talento de inmediato–, ya era un maestro en su oficio.

Entre los múltiples aportes de Cortázar hay dos que juzgamos fundamentales: el humor y el juego. Gracias al peculiar uso que hizo de ellos, desacralizó la literatura latinoamericana, donde campeaba la seriedad, la solemnidad y el aburrimiento. Cortázar fue un subversivo, lúcido y sagaz, que socavó al establishment literario a partir del lenguaje mismo. Su gracia e irreverencia, su ironía y espontaneidad –que tanto le debe al jazz–, su prodigiosa imaginación –con él se difuminaron las fronteras entre fantasía y realidad–, le insuflaron a nuestras letras un aliento innovador.

En los últimos tiempos han aparecido varios libros póstumos de Cortázar. Pésima costumbre de las viudas literarias, que exhuman papeles desechados por sus maridos bajo el pretexto de que existe un interés académico, aunque en la mayoría de casos lo que prevalece es el interés económico. ¿Por qué contrariar la voluntad de un escritor? No creo que él, tan escrupuloso a la hora de publicar, hubiese aprobado esa decisión. Lo peor es que yo, como tantos apasionados lectores suyos, no puedo evitar seguir leyéndolo, aunque solo se trate de sus borradores.

Por Guillermo Niño de Guzmán
Escritor y especialista en Julio Cortázar


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