La obra Un fraude epistolar vuelve por una cortísima temporada al Teatro Larco (Larco 1036, Miraflores). Aprovechamos esta circunstancia para conversar con Fernando Ampuero, el autor de la obra teatral.
Háblame de tu gusto por el teatro como espectador.
El teatro empieza en la infancia. Cuando los niños juegan a ser soldados en la guerra, ya están haciendo teatro. Una de mis primeras experiencias histriónicas fue ocultarme en una imaginaria trinchera: jugué cientos de veces a disparar al enemigo y a morir dramáticamente. Luego, conocí el teatro escolar, que me encandiló. Yo estudié en el colegio La Inmaculada y tuve la suerte de ver a Luis Peirano en el escenario cuando él tenía 15 años y yo 12. Desde entonces, me fascinó el teatro. Además, mi abuelo me llevaba al teatro Segura, al Municipal, al Entre Nous, al sótano del Club de Teatro. Pronto, por el teatro, descubrí la vida, y aprendí a reír y a llorar.
¿Qué te permite expresar el teatro que no se pueda hacer con narrativa o poesía?
Me permite expresar movimiento real, vida inmediata. El contacto frontal del teatro, que sucede delante de tus narices, da una sensación diferente a la de escribir un texto para la lectura. Las palabras, que yo leo en voz alta conforme las escribo, cobran vida a través de la voz y la acción de los actores. Escribir teatro, a mi juicio, es lo más cercano al cuento, no a la novela, quizá porque te obliga a la síntesis de una historia redonda. La dramaturgia debe resolverse en aproximadamente unas 20 escenas que, en conjunto, duran dos horas, lo que demanda escribir 40 o 50 páginas, lo que es casi la extensión de un cuento largo. Cada página de un libreto equivale más o menos a tres minutos en la puesta en escena. No te puedes volver un charlatán.
Un fraude epistolar es una comedia sobre escritores, sobre la fuerza de las palabras. ¿Cómo es la relación entre los escritores y sus textos?
Los escritores definen mejor su pensamiento cuando se ponen a escribir. Hay algo mágico (o, por lo menos, misterioso) entre los dedos que golpean frenéticamente las teclas de la máquina y el pensamiento que fluye. Llámalo, si quieres, un toque sanguíneo, un trance de creciente intensidad. En Un fraude epistolar, el poeta Juan Ramón Jiménez vive un amorío epistolar. No ve ni toca a alguien. Tan solo lee las cartas que le dirige una supuesta admiradora (inventada por dos poetas peruanos, José Gálvez y Carlos Rodríguez Hübner), y, a través de esas cartas, a través de las palabras, teje ensueños y se enamora. Termina, sin saberlo, amando a Georgina, una mujer de fantasía. Lo suyo es el amor soñado, que inspira luego la elegía que escribe por la muerte de Georgina, una muerte también ficticia, pero verdadera en su imaginación. Tan verdadera que los versos de su elegía, para sus lectores, y para él mismo, están hoy vigentes, respiran eternidad.
¿Sientes que hoy se hace gran teatro en el Perú?
Sin duda. El teatro en el Perú atraviesa un buen momento. Obras como La cautiva, Criadero, El sistema solar y Entre lobos son estupendas. Hoy, más que nunca, hay una efervescencia. Estamos llenos de buenos actores y de directores como Ísola, Ciccia, Fisher, Alegría, De Ferrari, Ángeles, entre otros. Hay teatro para todos los gustos. Me encanta.
Por: Gonzalo Pajares C. (gpajares@peru21.com)
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