Gonzalo Pajares Cruzado (gpajares@peru21.com)
Fernando Ampuero del Bosque (Lima, 1949) es un escritor especializado en la urbe. Transita con naturalidad por escenarios miraflorinos y barraconeros, por las aventuras (y desventuras) de surfers y taxistas, de yuppies y putas. En Loreto, su última novela, se sumerge en el ‘picante’ Jr. Loreto, en el Callao, para narrar una historia de violencia… y de amor.
¿Cuán importante es el periodismo en tu literatura?
Es capital. El periodismo es parte de mi vida, y esta, como le sucede a todo escritor, me alimenta literariamente. Con el periodismo me inicié en la crónica, un género que utiliza procedimientos literarios y que, además, aguza la percepción, pues te obliga a concentrarte en los detalles sin perder la perspectiva: miras a la vez el bosque y el árbol. Algunas de mis primeras crónicas figuran en Gato encerrado. Una de ellas, que escribí a los 24 años, narra las tristes vicisitudes de las niñas prostitutas de La Parada y pienso que allí se inaugura un filón de mi trabajo, mis cuentos y mis novelas callejeras.
¿Por dónde van tus lecturas literarias? ¿Priorizas la novela? ¿Qué peso le das a la crónica? ¿Cómo te sientes con la poesía?
Mira, yo leo cuentos, poesía y novela, en ese orden. Creo que un cuento o una crónica deberían tener pinceladas de poesía de vez en cuando. Pero sin exageraciones, una dosis mínima que a ratos ilumine la narración. Me gusta la fusión de géneros, aunque con una excepción: detesto la prosa poética.
¿Cuán importante es el trabajo de documentación para escribir tus historias: haces entrevistas, recorres las calles de la ciudad, te sumerges en los territorios que describes?
Hago todo eso desde hace más de cuarenta años. Toda mi vida de periodista, o de individuo curioso y ávido de experiencias y lecturas, forma parte de mi documentación previa. He ido a las calles bravas desde mi adolescencia. Las conozco tanto como a las calles miraflorinas que describo en mis cuentos o novelas burguesas. Yo necesito saber cómo huele cada rincón de los escenarios para escribir mis historias. Una ciudad es como la gran novia de tu vida. La amas, la quieres con pasión, pero a veces no la soportas. Así conozco a Lima.
¿Cuál es tu posición ética frente a tus personajes: los juzgas, los entiendes, solo narras lo que viven?
Prefiero no juzgarlos. Esa debería ser tarea del lector, que tiene que descubrir lo que siente y piensa cada personaje, guiado por sus acciones. En Loreto, lo primero que hay que entender es que Silverio y Laurita viven en un barrio pobre y desesperado, y que, para colmo, se encuentran en la enloquecida edad de la adolescencia. Estos chicos no se arrepienten de nada, no tienen tiempo. Su ética se ajusta a los mandatos de la sobrevivencia, la defensa de sus negocios ilegales o al orgullo del barrio.
Loreto, en el fondo, es una historia de amor. ¿El amor redime a tus personajes?
No, no los redime, pero quizá en determinados momentos los haga hermosamente ilusos. El amor solo les da un alivio, un respiro para seguir afrontando la crueldad de la vida. El único amor que redime, me parece, es el que vemos en las películas de Hollywood. En la realidad solo nos rescatan los sueños, la rabia, la venganza, la ambición, la necesidad de placeres.
¿Cuánto de psicología hay en tu narrativa?
Creo que mucho. Pero no narro en términos psicológicos cultos. Los personajes traslucen su psicología, que para mí es más interesante. Hay momentos en el teatro o en las películas en que un personaje se queda callado, pero el espectador sabe lo que está pensando. Ese es un momento mágico que yo procuro reproducir.
¿Qué haría un escritor realista sin el mundo marginal?
Yo creo que todos somos marginales, hasta los ricos. Ellos también se automarginan, de modo que no creo que a los escritores realistas nos falte tema. De otro lado, el contexto de la pobreza, la corrupción, la injusticia social y la violencia está tanto en los barrios bajos como en los altos. Unos te matan a balazos y otros firman un cheque.
En tu literatura están Ocoña y Miraflores, el Callao y Punta Hermosa, Renovación y San Isidro. ¿Dónde te sientes mejor?
Creo que me atrae la urbe con todas sus transformaciones. No olvides que yo he vivido en Lima cuando era una población de poco más de un millón de habitantes, y ahora tiene diez millones. Hay muchos buenos temas. La ciudad es un festín literario.
¿Cómo construyes los universos femeninos dentro de tu literatura?
Las construyo con devoción, porque me encantan las mujeres. Son seres fantásticos. Claro que por ahí hay algunas arpías, pero la mayoría de veces son personas fuertes y sensibles. Yo las miro y las admiro como si fueran obras de arte. Eso es lo que también son.
¿No sientes que aceleras el final de Loreto, que la historia te ofrecía muchas más acciones y matices?
Bueno, he escrito una novela corta, un género que tiene un formato sin ripios. La novela corta se propone ir directo a su asunto; sacrifica el desarrollo de situaciones y personajes secundarios, pero gana en ritmo narrativo y tensión dramática. Todo debe completarse y cerrarse como en un rompecabezas. Es una cuestión de género: no se le puede pedir a un haikú que tenga dos estrofas más. Lo característico de la novela corta es que el lector queda con ganas de más texto (eso es una buena señal), pero se lleva a cambio una historia redonda que perdura en su memoria.
BIBLIOGRAFÍA
- Paren el mundo que acá me bajo (1972) – Gato encerrado (1987) – Caramelo verde (1992) – Malos modales (1994) – El enano, historia de una enemistad (2001) – Mujeres difíciles, hombres benditos (2005) – Hasta que me orinen los perros (2008)
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