Según el INEI, la pobreza monetaria en el Perú se redujo de 23.9% en el 2013 a 22.7% en el 2014. Esta es una buena y mala noticia al mismo tiempo. Buena porque se continuó bajando la pobreza, a pesar de la desaceleración económica (el PBI per cápita creció solo 1% el año pasado), y mala porque resulta el menor progreso registrado en los últimos diez años.
Estos resultados revelan la urgencia de recuperar un mayor ritmo de crecimiento cercano a nuestro potencial de 5% anual, para lo cual necesitamos mayores niveles de inversión privada, infraestructura pública y una nueva ola de reformas que reduzcan la tramitología y mejoren la productividad de la economía.
Los buenos programas sociales son un frente eficaz de alivio para la población en pobreza extrema, pero contribuyen poco a reducir la pobreza total, que alcanza hasta el tercer decil de la distribución. Para que esta población supere sosteniblemente su situación, se necesitan empleos, que pueden ser creados por nueva inversión y un crecimiento vigoroso de la economía.
Antes se dudaba si el mayor crecimiento económico contribuía necesariamente a reducir la pobreza, dado que si aumentaba la desigualdad del ingreso, el resultado final sobre la pobreza era incierto. En un estudio realizado con Juan Francisco Castro y José Luis Bacigalupo, probamos que el auge económico de la última década fue acompañado por una reducción aproximada al 75% en la desigualdad, lo que hizo más potente el efecto del crecimiento sobre la disminución de la pobreza.
El Perú debe retomar el círculo virtuoso de mayor crecimiento, menor desigualdad y mayor reducción de la pobreza, si queremos lograr el ansiado desarrollo económico y social entre esta y la próxima generación.
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