Cuando Brasil jugaba los partidos de clasificación, yo iba a verlos a la tribuna del Maracaná. ¡Qué lindo era! Parecían piezas de ajedrez, chiquitos, movidos vaya a saber por quién. Perfectos. No parecían hombres. Salía satisfecho de ver aquello. ¡Eso era fútbol! ¡Esos eran jugadores! Para mí, el mejor fútbol del mundo era y es el brasileño, por valioso, por ágil. Algunos parecían bailarines.
Me acuerdo de Didí muchos años después. Venía con la pelota y uno no sabía dónde ponerse, la traía con las dos piernas y venía cimbrándose. Bueno en el 50 había varios Didí…
La gente cree que en el Maracaná todo fue perfecto, que todos cinchamos para ganar porque después del reparto de medallas alcanzó para todos. De oro fue para los dirigentes, pero de plata para nosotros los jugadores… El doctor Jacobo antes de la final, unos tres días antes, lo llamó a Omar Míguez y le dijo:
- Lo principal es que esta gente (por Brasil) no nos haga seis goles. Con cuatro estamos cumplidos…
Los muchachos me contaron todo lo que pasaba, y cuando me lo vino a decir Míguez, le pregunté por qué no lo había echado del hotel. Era lo que correspondía. Y en el vestuario, momentos antes, hubo instrucciones parecidas de otros dirigentes.
- Guante blanco nos dijeron, ya estábamos cumplidos con haber llegado y jugar la final.
Cuando nos quedamos solos con nuestro técnico nos pusimos de acuerdo. “Los de afuera son de palo”, fue nuestro lema. “Cumplidos solo si somos campeonamos…” Y las cosas se dieron para que eso ocurriera, pero por pura casualidad.
Estaba bravísimo el asunto. Brasil era una máquina. Eso lo tienen que saber todos. Ganamos, porque ganamos, no más.
Nos llenaron a pelotazos, fue un disparate. Jugamos cien veces ese partido y únicamente lo ganamos en la oportunidad que lo ganamos. Adelante creo que fracasaron todos, menos Ghiggia y Julio Pérez. Pepe Schiaffino tuvo la suerte de hacer un gol, nada más y Omar Míguez pagó alto precio ese día. Fue siempre un caprichoso enorme, un jugador todo para ver, pese ese día no estuvo.
La defensa fue la fuerte. Tuvimos la suerte de tener a un Matías González atrás. Una barbaridad de jugador defendiendo. El ‘Mono’ Gambetta también. Ellos sintieron el rigor del partido y lo aguantaron como hombres. Hasta cambiaron de color.
Sí, todavía a años de aquel partido sigo insistiendo que lo que pasó fue porque ellos se pusieron nerviosos y la suerte estuvo de nuestro lado. Brasil era una máquina… ¡Qué lindo era verlos jugar! La casualidad nos dio el triunfo… y además nuestra fe y nuestro lema: “Cumplidos solo si somos campeones”. Y lo fuimos.
NOTA: Tomado del libro ‘Los maravillosos mundiales de fútbol’ de El Gráfico
PARA LOS QUE NO LO VIERON
EL MÍTICO EQUIPO CHARRÚA
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