Cuando Brasil jugaba los partidos de clasificación, yo iba a verlos a la tribuna del Maracaná. ¡Qué lindo era! Parecían piezas de ajedrez, chiquitos, movidos vaya a saber por quién. Perfectos. No parecían hombres. Salía satisfecho de ver aquello. ¡Eso era fútbol! ¡Esos eran jugadores! Para mí, el mejor fútbol del mundo era y es el brasileño, por valioso, por ágil. Algunos parecían bailarines.