Rudy Gavidia Salazar (26) bailotea alrededor del octágono azul de la Escuela Cristiana de Artes Marciales León de Judá, en el distrito de San Juan de Lurigancho. Pareciera que pretende imitar a su ídolo de las artes marciales mixtas Anderson Silva, flotando como una mariposa, picando como una abeja. De repente, asesta una patada voladora para el lente del fotógrafo. Parece inofensiva, pero no; si le cayera a cualquiera en la cara, es más que seguro que terminaría noqueado. De inmediato, arremete con la rapidez de una boa constrictor y simula atacar a rodillazos a un oponente antes de cuadrarse de nuevo listo para el combate.
Su quimba en el cuadrilátero le es innata. Sin embargo, haber nacido en un barrio bravo de San Martín de Porres ha potenciado esa cualidad desde los 11 años, cuando se calzó por primera vez los guantes. “Mi primo Luis Bazán era boxeador y me invitó a su escuela de la zona. Desde el primer día se dio cuenta de que tenía talento para esto. Por eso me llevó a un gimnasio de un amigo suyo para que aprenda jiu-jitsu, un arte marcial de origen japonés que ha sido perfeccionado en Brasil”, cuenta.
GOLPES DE LA VIDA
A los 18 años, Rudy ya era un street fighter conocido en el ámbito local. En los dos años anteriores se había coronado campeón nacional y sudamericano de boxeo chino, y había ganado varios torneos de sumisiones. En el país, no tenía rivales en la categoría de 67 kilos. Por ello, el paso siguiente era el Vale Todo. Allí pudo medir su poderío con rivales como el Pitbull, que estaba en la cúspide de su carrera.
No obstante, a los 20 años, la fama de Rudy había crecido tanto como su ego. “Me volví egocéntrico, no supe manejar ese momento en los que ganaba peleas sobre peleas y salía en algunos programas de televisión. Me gastaba la plata que ganaba en ropa y comencé a beber licor y a probar algunas drogas. Además, sentía que había tocado mi techo porque ya no tenía rivales. Por esos días también conocí a mi esposa y me casé, y allí decidí dejar los guantes”, cuenta.
Pese al amor que siente por su familia, Rudy está seguro de que fue un error abandonar lo que más le gustaba. “Me volví visitador médico, quería demostrarle a mi mujer que no solo era una persona que sabe dar golpes. Sin embargo, eso me frustró. Así pasaron tres años, siguiendo una vida desordenada, hasta que a los 24 años un amigo me habló y me di cuenta de que estaba desperdiciando mi talento”, precisa.
EL RETORNO
A fines de 2014 las cosas comenzaron a cambiar para el luchador. Otro pelador con el que había compartido cuadriláteros en el Vale Todo lo llamó y le dijo si quería volver a entrenar. “No lo pensé dos veces y en un par de meses ya era nuevamente campeón nacional de jiu-jitsu en la categoría de 70 kilos y posteriormente recuperé mi título de campeón sudamericano de boxeo chino. Allí supe que debía volver al Vale Todo. Fue así que reté al campeón nacional de mi categoría, que tenía 15 luchas invictas, y le gané con una llave de brazo. Fue como comenzar una segunda vida”, dice Rudy.
A pocos días de haber llegado de Argentina, el luchador nos cuenta que en ese país estuvo tres días participando de un casting para intentar ingresar a la mayor empresa de artes marciales mixtas en el mundo, la Ultimate Fighting Championship (UFC).
“Allí, más que verte pelear, lo que querían era ver tu desenvolvimiento escenográfico. En la UFC lo que buscan es un artista que domine todas las artes marciales, a eso apunto yo”, acota Rudy.
Nuestro compatriota deberá esperar dos semanas para saber si será seleccionado. Mientras tanto, dice que, si no logra ser elegido, ya está haciendo los contactos para poder ingresar a una de las casas que la UFC tiene en Norteamérica donde también seleccionan a los combatientes.
“Debes permanecer en estas viviendas seis meses bajo un rígido sistema de entrenamiento, el mismo que es evaluado a cada momento. Si logras mantener un buen puntaje, te quedas; si no, te vas”, asevera.
Por Martín Sánchez Jorges (msanchez@peru21.com)
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