El 24 de mayo de 1964 murieron aplastadas 312 personas en el Estadio Nacional de Lima al intentar salir y encontrar las puertas cerradas, cuando los aficionados saltaron a la cancha, enfurecidos por un gol anulado al seleccionado peruano que jugaba contra Argentina.
Ese día Luis Ramírez (73) recibió 29 pedidos de ataúdes, asistió a más de un sepelio y dio el pésame a varias familias afectadas. Ramírez tenía solo algunos meses trabajando en funerarias como vendedor y dirigiendo sepelios. Hoy tiene más de 50 años trabajando en funerarias. Un amigo de la infancia lo llevó a la empresa de su familia y ahí empezó todo. Antes trabajaba vendiendo pólizas de seguro en Arequipa, hasta que recibió la propuesta. Ha trabajado en las funerarias Agustín Merino, Guimet y Libertad.
Se levanta a las 5:45 a.m. para ir a su oficina en la funeraria Libertad, ubicada justo frente al hospital Rebagliati. Su trabajo empieza cuando alguien muere. Él debe lograr que ese hecho sea lo más llevadero posible para los familiares. La labor termina al llegar al cementerio y despedirse de los deudos dándoles el pésame. Tiene la responsabilidad de dirigir el cortejo. Debe escoger el ataúd con los deudos, coordinar el cortejo y dirigirlo hasta llegar a la sepultura.
“Nosotros no tenemos feriados, cuando alguien necesita de nuestros servicios, debemos estar ahí”, dice Ramírez. Este 1 de mayo Luis Ramírez debe trabajar como cualquier otro día. “El 31 de diciembre me tocó trabajar también. Mientras todos se jaraneaban yo estaba acá, al pie de mis muertitos”, dice Ramírez, quien manifiesta que tiene el mejor trabajo del mundo.
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