Lucia Berlin (1936-2004) tomó el material literario más valioso con el que contaba, su propia autobiografía, y la convirtió en un diverso y a la vez compacto conjunto de cuentos intensos, eléctricos, que rezuman las contradicciones y las pequeñas tragedias cotidianas de la vida por todas sus grietas y rendijas. Lucia Berlin es un verdadero problema para quienes agitan a favor y en contra etiquetas como la de la autoficción. Como sucede con todas las etiquetas empobrece, achata y resulta rotundamente insatisfactoria para entender a una autora que aparentemente cumple con todos los requisitos para ser calificada dentro de sus predios. Berlin, con su escritura trepidante, sus personajes desolados y ordinarios, convulsos y siempre secretamente heridos, sus escenarios tan rutinarios como bellos, trasciende esas clasificaciones fáciles. Porque su obra, antologada en el excelente Manual para mujeres de la limpieza es profundamente original, caleidoscópica como su agitada vida, matizada por una ironía y una frontalidad airada que desentraña comportamientos y circunstancias con el cálido y a la vez terrible escalpelo de la verdad.
Cierto es que el periplo vital de Berlin le brindó un inusualmente amplio arsenal de temas e historias para dedicarse a escribir. Hija de un próspero ingeniero de minas, viajó desde que era muy niña por distintas partes de Estados Unidos y Sudamérica. Llegó a los treinta y dos años con tres divorcios a cuestas, cuatro niños que cuidar y un crónico alcoholismo que fue cebando sin darse cuenta. De ahí pasó buena parte de su edad adulta en deprimentes centros de rehabilitación y trabajando en oficios menores –telefonista, empleada de limpieza, recepcionista–, hasta que un amigo la animó a publicar tardíamente, en 1981, su primer libro de cuentos. Daría a la imprenta media docena en total, con discreto éxito, hasta que fue póstumamente redescubierta hace un año entre la exultante admiración de la crítica y el favor de los lectores.
Tal recepción se justifica al sumergirnos en este libro que se caracteriza por un radical despojamiento de fórmulas, corsés retóricos o condiciones preestablecidas. Los cuentos de Berlin aspiran a ser reales por libérrimos. Muchos de sus relatos son historias de fuerte peso emocional que por su misma naturaleza se resisten a encajar dentro de formas convencionales y rehúyen a los artificios como a la peste. Entre ellos encontramos viñetas de enorme belleza –como es el caso de Mi jockey o del misterioso Gamberro adolescente– que podrían engarzarse sin dificultad con otras narraciones más largas y complejas que los acompañan.
Es por ello que al completar la lectura del volumen sentimos que más que una antología de relatos autónomos, Manual de mujeres de la limpieza es un denso mosaico que testimonia una experiencia rica y vasta. Los componentes más secretos de eso que llaman condición humana han sido puestos en juego dentro de una partida donde muy pocos salen airosos. Registra asimismo una vida en la que hasta los tramos más desagradables –pienso en los cuentos sobre la adicción al alcohol, puntuados por las dolorosas caídas y recuperaciones de sus protagonistas– están teñidos por un humor melancólico y observaciones mínimas, sorprendentes y luminosas que fuerzan al lector a encontrar en los sucesos contados un sentido distinto, menos terminante, amablemente ambiguo, así la enfermedad, la soledad o la muerte aparenten haberlo dominado todo. El enorme triunfo de Lucia Berlin es hacernos vívidos partícipes de este modo de aprehender la realidad, y conseguirlo con tanta precisión y brillantez.
LUCÍA BERLIN
Manual para mujeres de la limpieza
Alfaguara, 2015. 429 pp.
Relación con el autor: Ninguna
Puntuación: 4.5 de 5 estrellas.
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