Todavía guardo un correo electrónico donde me explicaron la historia peruana contada a partir de vedettes gorditas, futbolistas borrachos, el tercer piso del Coricancha, ángeles arcabuceros y frases de Augusto Ferrando en televisión. Ese correo, que me escribió Juan Javier Salazar (1955-2016) hace 13 años, demuestra el carácter reflexivo y sus ganas de cuestionar, con humor, nuestra realidad.
Este artista se catalogó en varias entrevistas como un “anti-Szyszlo del arte peruano” y es que su obra (y su participación en experiencias como Paréntesis y E.P.S Huayco) es el vínculo entre lo contemporáneo, lo político y las apuestas conceptuales.
Hubiera sido ideal que Salazar reciba el reconocimiento que mereció en vida. Sin embargo, en el Perú estamos acostumbrándonos a construir epitafios en lugar de discursos.
Por otro lado, me cuesta terminar de escribir y no pensar en la visita a su chacra prometida, las fotos veladas (registro perdido) y en todo lo que pude (pudimos) hacer por un gran artista.
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