En sus tres libros anteriores, Katya Adaui (Lima, 1977) ya nos había demostrado un notable trabajo con el lenguaje y solvencia para plasmar atmósferas ambiguas, personajes emocionalmente quebrados y situaciones cuyo significado podía adquirir múltiples y ricas lecturas. Es cierto que a su breve novela Nunca sabré lo que entiendo podía achacársele ciertos tropezones narrativos por su excesiva fragmentariedad, pero este problema resultaba atenuado por la precisa y punzante prosa con la que estaba elaborada. Ya sabíamos que estábamos ante una de las escritoras más talentosas de su generación; su último libro de cuentos, Aquí hay icebergs, no solo refrenda esta impresión, sino que significa un claro paso adelante que la define como una escritora madura y dueña de una profunda comprensión de la naturaleza humana y de la sinuosa, desgarradora oscuridad que inevitablemente la acompaña.
El volumen se abre con ‘Todo lo que tengo lo llevo conmigo’ –título que es un homenaje a Hertha Muller, cuya huella se siente a lo largo de estos relatos–, un cuento excelente, antológico, que revisita uno de los leitmotivs de Adaui desde sus primeros textos: explorar núcleos familiares disfuncionales, heridos por secretos que se arrastran hasta normalizar lo insoportable y lo irrespirable. Conformado por varias estancias numeradas, ‘Todo lo que tengo…’ va reconstruyendo una infancia clasemediera acosada por el desamor, la incomprensión, la crueldad y la hipocresía. Los detalles y episodios, acertadamente repartidos, redondean una historia perturbadora, de violencia latente y donde toda complicidad deriva en un pozo donde lo sórdido y lo escatológico se confederan hasta generar una materia incómoda y repelente, pero a la vez repleta de conocimiento y verdad.
La violencia es también el tema central de ‘Si algo nos pasa’, la siguiente pieza del conjunto. La anécdota, aparentemente vulgar y predecible, da pie a la descentrada perspectiva de la protagonista, que vacía de sentido las palabras, los nombres y las imágenes que la rodean, reduciéndolas a un absurdo que guía a los personajes y les hace tomar partido sin advertirlo siquiera. En los cuentos de Adaui, tener conciencia de la realidad es una forma de ocultarla, tergiversarla, recubrirla de un manto racional que falsea nuestras ideas y nuestros actos. Su lenguaje no estiliza lo que vemos y sentimos, sino que lo desnuda.
‘El color del hielo’ y ‘Alaska’ son dos cuentos de primer nivel donde esta descarnada revelación se manifiesta de distintas maneras. En el primero, “la exigencia de hacer algo para ser alguien” y la incapacidad de lograrlo afantasma a los hombres y sus aspiraciones; en el segundo, la lejanía histórica y el modo en que esta es asumida desgaja a los personajes y descubrimos que, a pesar de su dinamismo vital, no están sino habitados por formas gaseosas como el humo. Mención aparte merece ‘Ese caballo’: estamos ante uno de los grandes triunfos formales de Adaui, no solo en este libro, sino dentro de todo lo que ha publicado hasta ahora. Texto breve, lírico dentro de su meditada sequedad, conmovedor como “esos cuellos destajados en palabras tardías”.
Sin embargo, ‘Puertas’ y ‘Agapornis’ carecen del acabado y de la persuasión de los cuentos comentados. ‘Puertas’ cae en lo que los otros rehúyen como a la peste: un efectismo algo burdo, frases hechas, costuras demasiado visibles. ‘Agapornis’ es un cuento disonante, temáticamente alejado del resto del conjunto y de resultados muy discretos. No obstante, el que cierra el libro, ‘Siete olas’, es estupendo: no solo exhibe una versatilidad para los diálogos, sino que le añade al libro un humor negro, no exento de cierta ternura, en el que una madre y su hija se interpelan y echan en cara un pasado que quieren olvidar y rescatar intermitentemente, consiguiendo así la sensación agridulce de una tregua permanente que no permite redención. Aquí hay icebergs es un libro a veces difícil y retador, pero memorable.
Valoración
- Aquí hay icebergs.
- Random, 2017. 124 pp.
- Relación con la autora: conocidos.
- Puntuación: 4 estrellas de 5 posibles.
No se pierda la próxima Columna Vertebral sobre Bodegón, de Enrique Verástegui.
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