El año pasado Rafo León (Lima, 1950) publicó un libro de cuentos, Cualquiera daña a otro, cuya lectura ha sido una de las pruebas más difíciles que he padecido desde que tengo a cargo esta pequeña columna. Hace pocos meses León reincidió y nos entregó una novela, La aldea rota, que, dados los antecedentes, estuve un buen tiempo sin decidirme a abordar. Hasta que una mañana tomé a ese toro por los cuernos y después de un par de días le pude dar fin. La buena noticia es que este nuevo libro es bastante mejor que Cualquiera daña a otro.
La mala es que eso no es suficiente.
Vamos por partes. La aldea rota es la historia de Ricardo, un exitoso profesional casado y con un hijo que sufre una agobiante incontinencia urinaria que lo condena a usar pañales y a desecharlos lejos de su casa. Es un hombre carcomido por la neurosis y medio alcohólico, cuya vida está seriamente agobiada por “fantasmas y sombras” que no logra derrotar, y que tienen su origen en un largo episodio de abuso sexual del que fue víctima cuando niño. Para conjurar estos espectros, reconstruye sus vivencias en la casa familiar, ubicada en el norte del país, con el objetivo de hallar redención. Pero en esa búsqueda se topa con un torvo sujeto que es a la vez su peor pesadilla, y que exacerba sus inseguridades y miedos hasta un límite donde ya nada se puede conceder.
La premisa tiene su lado interesante, pero el problema es que la manera en que León se ha propuesto narrarla mina su capacidad persuasiva y la convierte en una historia que tarda demasiado en tomar vuelo, y cuando lo hace ya es muy tarde como para rescatar a esta novela de los predios de lo fallido. Se demora demasiado enumerando antecedentes y anécdotas familiares entre sórdidas y deprimentes que en muchos casos resultan fuera de lugar o simplemente innecesarias para explicarnos la devastación psicológica del personaje principal. Es el caso de un capítulo entero dedicado a una cita de media tarde en una heladería de Miraflores que solo sirve para desarrollar inexplicables diálogos de un sentido del humor anacrónico y embarazoso. Muchas de las primeras cien páginas de La aldea rota provocan la sensación que tiene uno cuando está obligado a escuchar los añosos recuerdos de una tía divagante que todos esperan que se vaya a dormir para poder continuar la fiesta. Esto sin mencionar un lenguaje en ocasiones alambicado y relamido, así como unos diálogos esquemáticos y explicativos, sin duda el talón de Aquiles de León.
Sin embargo, faltando treinta páginas para terminar, La aldea rota adquiere de pronto una tensión y un ritmo envolventes que concluyen en una resolución sutil y lograda. La impresión que tiene uno al cerrar el libro es que la estrategia narrativa de León, repleta de episodios descartables, de subtramas que no conducen a ninguna parte y de pasajes que se alargan sin razón discernible, ha echado a perder una buena idea de la que sobreviven algunos buenos momentos aquí y allá, además del mencionado final, que es hasta ahora lo mejor que he leído a León en su trabajo con la ficción. Es un avance, pero, como dije antes, no es suficiente.
Para finalizar, hay un tema que parece obsesionar a nuestro autor y que aparece una y otra vez en este libro: la constante presencia de la orina y las heces en la historia familiar del protagonista. Uno de sus parientes muere en medio de una diarrea irreprimible; otra hace de vientre donde se le antoja “y tiraba su mierda a las monjas del colegio en la cara”, entre otros ejemplos. No recuerdo una fijación tal por los excrementos desde el escatológico banquete de bodas de Saló o los 120 días de Sodoma. Pero lo que en Pasolini era un elemento perturbador y metafórico, en León no parece ser más que un exceso psicoanalítico que debilita los alcances de esta ficción. Como sea, aquí estaremos siempre pendientes de sus próximas incursiones.
Rafo León
- La aldea rota
- Suma, 2016. 156 pp.
- Relación con el autor: ninguna.
- Puntuación: 2/5 puntos.
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