En los años noventa ningún narrador peruano fue más denostado que el periodista y presentador de televisión Jaime Bayly (Lima, 1965). La crítica y la intelectualidad consideraban sus novelas como literatura light, consagradas a meros intereses comerciales y descarados vehículos narcisistas y chismográficos. Quizá en algo hayan podido tener razón, pero lo cierto es que durante esos años Bayly escribió sus dos mejores libros: No se lo digas a nadie (1994) y Los últimos días de la prensa (1996), que son, a la vez, dos de las ficciones más destacables entre las que se publicaron por entonces en nuestro país, superiores y más eficaces que varias de las novelas firmadas por autores calificados como más serios y prestigiosos en ese mismo periodo. No digo que sean títulos excelentes, pero dentro de su aparente ligereza se constataba una certera crítica al machismo y a los ultramontanos prejuicios de la burguesía limeña en el primer caso, y en el segundo una interesante exploración de la decadencia de las clases medias tras el docenio militar.
Luego de estas novelas, la carrera literaria de Bayly ha tenido más sombras que luces. Una de las causas de esto es la casi despiadada repetición de sus temas. Al menos siete de los dieciséis libros que ha publicado son mínimas variaciones de su primera entrega: la historia de un joven presentador de la televisión peruana bisexual, drogadicto y que ansía la libertad y el amor que la pacata Lima no puede brindarle. Cambian algunos nombres y escenarios pero la trama es prácticamente la misma, con el agravante de que en ningún caso consigue superar las virtudes de No se lo digas a nadie. Otro problema es el descuido con el que sus novelas suelen estar elaboradas. El poco interés por las cuestiones formales ha arruinado algunas buenas ideas, como la que motiva a su fallida trilogía Morirás mañana.
El caso es que Bayly ha vuelto a las andadas, esta vez con El niño terrible y la escritora maldita, una novela donde juega por enésima vez con la autoficción y sus viejas obsesiones. El argumento se puede resumir en cuatro palabras: un veterano presentador de TV bisexual, divorciado y con dos hijas relata sus andanzas eróticas con un argentino aspirante a novelista y con una chiquilla también aspirante a novelista, además de los malos ratos que su errático comportamiento ocasiona a su familia.
A lo largo de más de 300 páginas nos enteramos de cómo el excesivo Jaime Baylys, evidentísimo alter ego del autor, cuenta una y otra vez los millones de dólares que ha ahorrado y heredado, se embute centenares de pastillas para dormir, evoca sicalípticamente la grupa de la mocosa con la que se acuesta y destruye poco a poco las relaciones con su ex esposa y sus hijas. Todo esto narrado con un humor grotesco y unas referencias al sexo anal que hace 20 años hubieran causado escándalo, pero que a estas alturas tienen el inconfundible aroma del chiste gastado y consabido.
Es cierto que Bayly por momentos aprovecha lo que ha ganado luego de tantos años de insistencia en el oficio y redondea algunos pasajes divertidos y sólidos, pero también es verdad que el libro se vuelve cansino debido a las constantes reiteraciones que acaban por agobiar y hartar al lector. Hubiera podido escribir la misma historia con 150 páginas menos. El relato desbordante, redundante y a estas alturas predecible convierte a El niño terrible y la escritora maldita en un título absolutamente accesorio si es que ya se ha leído las primeras cinco o seis novelas del autor. Sin embargo, hay que decir que cuando Bayly se quita la careta cínica y autoindulgente y hurga en su desolación por las hijas que ha perdido y se lacera por el dolor que ha causado a los demás, consigue páginas espléndidas, sobre todo las que conforman el último tramo de este libro. Quizá ese sea el camino a seguir.
Jaime Bayly
- El niño terrible y la escritora maldita
- Ediciones B, 2016. 368 pp.
- Relación con el autor: ninguna.
- Puntuación: 1,5/5 estrellas
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