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Harald Andrés Helfgott: "Los matemáticos no somos unos alienígenas"

El peruano se convirtió en el primer latinoamericano y el científico más joven alguna vez distinguido con la Cátedra Humboldt.

A Harald Andrés Helfgott no le gusta que lo llamen genio. (USI)
A Harald Andrés Helfgott no le gusta que lo llamen genio. (USI)

Harald Andrés Helfgott es un notable matemático peruano que se niega a ser calificado de ‘genio’. “En el mundo de las matemáticas, que te llamen así está mal visto. Hay dos o tres genios por generación, y yo no estoy allí”, nos dice.

Lo cierto es que hace dos años sorprendió al mundo cuando resolvió la Conjetura débil de Goldbach, luego de 271 años de su formulación, y hoy ha vuelto a revolucionar el mundo científico: es el matemático más joven (tiene 37 años) y el primer latinoamericano en obtener la prestigiosa cátedra Humboldt, de la Universidad Georg-August de Göttingen, que le otorgará, durante cinco años, un fondo de 3.5 millones de euros para sus investigaciones. En esta charla intentamos conocer a la persona que hay detrás del matemático.

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¿Desde siempre te gustaron las matemáticas?
Me atraían muchas cosas, pero más las matemáticas. He tenido mucha suerte, pues mi padre es un matemático y mi madre hace estadística; y aunque mis intereses específicos no coincidían con los suyos, siempre estuve expuesto a muchos libros de matemáticas y a la certeza de que ellas eran mucho más de lo que me enseñaban en la escuela. Mis padres enseñaban en San Marcos y yo pasaba por allí, hablaba con sus colegas y alumnos, asistía a las Olimpiadas de Matemáticas, etc. Viví cosas muy bonitas pues, por ejemplo, en San Marcos, en la Católica, teníamos reuniones de estudio, y en las competencias me encontré con muchachos y muchachas de todo el mundo que se interesaban tanto como yo por las matemáticas.

Uno tiene muchos prejuicios con los matemáticos, creemos que están encerrados en su mundo, en sus números…
Es más común que los matemáticos tengamos intereses literarios que la situación inversa. Hay muchos científicos que leen pero, lamentablemente, hay pocos literatos que estén bien enterados de lo que pasa en la ciencia o la matemática. La gente le tiene temor, cree que es muy técnica; cierto que es difícil, pero es posible entenderla y uno puede ganar mucho como persona. Como dijo un gran matemático: “La persona que no ha visto una prueba matemática en su vida ha perdido una experiencia mental básica”. Todo ciudadano debería conocer una prueba matemática y su rigor, y saber qué es resolver un problema no evidente.

¿Cómo hacemos a la matemática más accesible?
Todo ser humano puede entender algo de matemática. Sería bueno que los medios les presten más atención a la matemática pura y a la matemática aplicada y expliquen claramente de qué tratan. Por otro lado, en la escuela es importante que no se la simplifique: retémoslos, optemos por lo difícil, no por la cantidad; rechacemos aquello que cansa pero no enseña. La perspectiva debe ser más amplia, se debe enseñar la geometría euclidiana, como antes se hacía, ir más allá de la simple aritmética, y hacerlo lo más temprano posible. Confiemos: siempre habrá algunos estudiantes que sí entenderán. En tercer lugar, hay que cambiar nuestra cultura: la matemática no muerde y los matemáticos no somos alienígenas, estamos fuera del estereotipo que nos pone como poco sociables, poco cultos, monotemáticos.

¿Qué activa la matemática en nuestros cerebros?
La argumentación lógica. El ejercicio de la matemática es una gran búsqueda: uno sabe que hay una verdad que es independiente de nosotros, que buscarla es muy difícil, pero una vez que la encontramos podemos convencer a aquellos que
tar esta verdad. El proceso de argumentar lógicamente es muy difícil, pero una vez alcanzado, convence.

Hiciste tu PhD en Princeton…
Casi todos mis estudios los hice becado. Para conseguir una beca hay que trabajar mucho. Así pude estudiar en Princeton. Mi pregrado lo hice en la Universidad Brandeis, pero pertenecía a un grupo de investigación en el MIT, lo que me permitió escribir un artículo que posibilitó mi ingreso a Princeton.

Tu interés principal va por la matemática pura…
Sí. Desde siempre me di cuenta que tenía más inclinación hacia ella que, por ejemplo, hacia la física. La matemática pura tiene un cierto valor estético que me resulta muy atractivo. Es difícil, claro, pero es mi vocación. Hay un librito muy simpático, llamado La autoapología del matemático, donde se explica el valor estético de la matemática pura. La oposición entre matemática pura y matemática aplicada es muy tradicional, pues lo cierto es que gran parte de la matemática pura se aplica, y gran parte de la matemática aplicada, no. La matemática pura no menosprecia las aplicaciones, sucede que tenemos un sentido intrínseco de la importancia profunda de un problema y reconocemos cómo este nos va a llevar a comprender otras incógnitas. Además, cuando uno prueba algo, esto es reconocido para siempre. Debe ser difícil ser escritor: uno nunca sabrá si su aporte será permanente o no. Los matemáticos, en cambio, sí lo sabemos. Me gusta la poesía, pero los matemáticos tenemos el privilegio de saber que, aunque no estemos de moda ni hoy resultemos relevantes, al menos nuestro trabajo será cierto.

Dicen que la música y las matemáticas son perfectas…
Hay mucho de verdad en ello. La música y las matemáticas son abstractas y, en su origen, no son humanas. No sé si lleguemos a la perfección, pero es verdad que muchos matemáticos amamos la música. He conocido a muchos músicos, no sé si ellos sepan mucho de matemáticas, quizá los que hacen electrónica sí, pero la respetan.

Hoy, por resolver la Conjetura débil de Goldbach y la obtención de la cátedra Humboldt eres una especie de rockstar…
(Ríe). A veces vivo situaciones desagradables: algunos periodistas me llaman “genio”, lo que está mal visto en el mundo de las matemáticas. Si los genios existen son dos o tres por generación y yo no estoy allí. Es más, un término así aleja a las personas. También es verdad que esta cobertura mediática ha ayudado a que se hable un poco de matemáticas en el Perú y en Latinoamérica. En agosto abriré una Escuela de Invierno en el Cusco, ojalá esta situación sirva para que tenga mayor alcance y difusión.

Por Gonzalo Pajares


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