Playa es sinónimo de relax, pero para un salvavidas es el lugar donde hay que estar alerta. El técnico de segunda Julio Malásquez se graduó de policía y enseguida se enroló en la Unidad de Salvataje de la institución. Tiene 16 años como policía y guardián en las playas. La prueba final para graduarse de salvavidas, cuenta, es nadar desde la playa La Herradura a la comandancia de la Unidad de Salvataje en Miraflores, aproximadamente ocho kilómetros.
Los salvavidas trabajan en pareja. La ‘liebre’ es el que corre a evitar que la víctima se ahogue, su compañero llega para ayudar a llevarla a la orilla con una boya. Cuando alguien se está ahogando, la técnica es ir hacia él hasta cierta distancia y luego rodearlo para tomarlo por la cintura e inmovilizarlo. “Salvamos a personas que están en pánico. Si las abordas por el frente, intentarán agarrarte y pueden hundirte por la desesperación”, dice Malásquez.
Algunas veces, cuando el oleaje no les permite salir, piden apoyo del helicóptero y esperan su llegada. En ese momento se pone a prueba la resistencia del salvavidas: una hora nadando sin piso, sujetando a un extraño que tal vez siga en pánico, con el oleaje golpeando, no hay tiempo para los calambres, están entrenados para no tenerlos.
De pequeño, Julio Malásquez vacacionaba en un pueblo llamado Kochawasi, que significa casa del agua. Siempre recibía reprimendas por meterse demasiado al mar: “No más playa para ti”, y su familia lo enviaba a las chacras. Él aprovechaba las acequias y los pozos con los que se regaba la zona y nadaba. Para él, ser salvavidas era cuestión de tiempo.
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