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Opinión

Recuerdo haber leído Los Topos cuando tenía catorce años. La novela, escrita por mi padre, narra al detalle cómo fue la fuga de cuarenta y siete guerrilleros emerretistas del centro penitenciario Miguel Castro Castro de Canto Grande en julio de 1990.

Augusto Thorndike,Columnista invitado
Los “topos” adquirieron una propiedad frente a la zona conocida como “tierra de nadie” (el desierto entre la última fila de casas y los muros del penal). Luego elaboraron la fachada perfecta: un joven matrimonio que en secreto albergaba al equipo de excavadores.

Adentro de su celda esperaba Víctor Polay Campos, mandamás del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru.

El escurridizo ‘comandante Rolando’ acababa de ser capturado en Huancayo pero en silencio ya maquinaba su fuga. Desde adentro Polay organizó el gran escape. Todas las noches caminaba haciendo ruido para acostumbrar a los guardias. Gestionó que las llaves de las celdas estén en manos de delegados que él manejaba. Por las tardes, el grupo de folklor de los tupamaros entonaba huaynos rebeldes para que los topos pudieran oír donde estaban. Picos y palas escarbaban al ritmo de las zampoñas. Trescientos treinta metros de largo medía el túnel, a más de quince metros de profundidad. Era de noche cuando la tierra se abrió en Castro Castro. Uno de los topos sacó la cabeza llena de polvo y divisó una silueta. “Patria o muerte”, proclamó. “¡Venceremos!”, le respondieron desde la oscuridad.

Hoy la sala que preside el juez Julio Biaggi exige trasladar al capo del MRTA a una cárcel común. ¿Cuánto tardará Víctor Polay Campos en ingeniar otra fuga espectacular? Subestimarlo es un gravísimo error.


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