Roberto Lerner,Espacio de crianza
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Una adolescente me cuenta que su mejor amiga le dijo: “estás exagerando con las fiestas. Estamos en la recta final. Viernes no salgo, hay demasiadas tareas. Lo que ganas en diversión ahora lo pierdes en el ingreso a la universidad”.
Reconoce que la amiga tiene razón. Decide dedicar el sábado a los muchos trabajos de “la recta final”. Pero cuando los chicos le preguntan ¿qué planes? y cuenta sus sanos propósitos… “Me miraron como si hubiera anunciado mi ingreso en un convento. No pude resistir la tentación: fui a la casa de uno a almorzar y regresé a las 2 de la mañana”.
Se siente culpable. Hoy no va a salir. “Además, mañana, sábado, tengo fiesta”.
Es inteligente, ambiciosa, saca buenas notas. Si no hay exceso de la mala suerte, va a llegar lejos. Ni intelectual ni monja. Probablemente empresaria.
¿Que posponga gratificación inmediata en aras del largo plazo? A algunos les viene naturalmente. Pero no a la mayoría. Chelas, gileo y música es más rico que resolver problemas de física.
“¿Qué tal el día del padre?”, le pregunto. “Donde mi abuelo. Mis padres viajaron con mi hermana, que se operó la semana pasada. Llegan a la una de la mañana”. “Si sales quizá llegues después que ellos”, añado. Me mira y sonríe. “Y ¿por qué, en lugar de elegir entre juerguear hoy y la universidad en dos años, no eliges entre juerguear hoy y esperar en casa a tu hermana con un globo y una flor?”, pregunto.
“Me fregaste”, dice. “No sé”, respondo, “pero a veces hay que saber plantear las alternativas. Ganarse unos puntitos en lo interpersonal, lealtad, solidaridad, deber social y cariño familiar es, a veces, más rico que unas chelitas, ¿no?”.
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