Roberto Lerner,Espacio de crianza
espaciodecrianza.educared.pe
Un chico de 15, tímido él, apasionado por el baloncesto, pertenece al equipo de su colegio, a la selección. Entrena, a pesar de algunas dificultades de socialización y relaciones interpersonales, puntualmente, con entusiasmo, seriedad y compromiso, sacrificando, bueno, quizá también le conviene para evitar algunas situaciones menos estructuradas, como reuniones sociales, otras actividades.
Javier, así vamos a llamarlo, es suplente, está en la banca. Me cuenta que hasta ahora no lo han puesto en ningún partido de campeonato. “Tengo claro que no puedo ser titular, que no voy a jugar todo el tiempo, pero me da rabia que el profesor no me haga ingresar ni hacia el final, ni cuando estamos ganando holgadamente, cuando no hay mucho en juego”.
Y así siguió la cosa durante meses, en realidad juega hace un par de años, hasta que la semana pasada, luego de un partido más en el que podía haber jugado en su criterio algunos minutos, se acercó al entrenador en el camerino, le entregó solemnemente su uniforme y se retiró en una versión actuada de su renuncia.
El profesor lo llamó preocupado al día siguiente y le dijo algo así como: “entiendo tu frustración, valoro tu motivación, pero debes comprender que estoy en este puesto para ganar partidos”.
Terrible afirmación cuando se trata del ejercicio deportivo en un contexto educacional. Me pregunto si la lógica confusa que mezcla reglas de comportamiento social y reglas de mercado, subyacente en la explicación del seguramente dedicado y eficiente entrenador, no está contaminando la educación en su conjunto y las instituciones donde ocurre.
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