Alan García,Uso de la palabra
Expresidente
Perú y Sudamérica sentimos a Brasil como al hermano mayor que nos representa en la competencia de los grandes del mundo y requerimos su desarrollo económico y social pues este fortalecerá el proyecto de unidad sudamericana, pero también impulsará, con su producción y consumo, el desarrollo de nuestros países. Porque Brasil no compite con Perú, Chile o Colombia; compite, tal vez en nombre de nosotros, con la gran potencia China, con la India y otras fuerzas del mercado mundial. Esta es la perspectiva correcta.
Por tanto, nos preocupa que su crecimiento en este año, según la nota semanal de su Banco de Reserva, apenas alcanzará el 1.6%, frente al 8% de China o el 6% del Perú. Pero la segunda noticia alarmante es que, para responder a eso, decida subir los aranceles, que ya eran altos, para “proteger” su industria nacional.
Ahora, los equipos eléctricos, motores, plásticos, el papel, el vidrio y otros productos, como las papas, pagarán hasta 25% para ingresar al Brasil. Ambas son malas noticias porque bloquean su desarrollo necesario para toda Sudamérica.
Brasil tiene 8 millones de kilómetros cuadrados y gran parte de la Amazonía; 190 millones de habitantes y una producción que alcanza los 2 mil millones de millones de dólares anuales (2 trillones, frente a los 7 de china y a los 15 de EE.UU.).
Mas, a pesar de esas fortalezas, Brasil pareciera seguir un camino equivocado porque insiste en el “proteccionismo”; es decir, en el bloqueo a los productos externos. Siendo una economía de 2 trillones de dólares, en el 2010 solamente importó 180 mil millones (9% de su PIB) y solo exportó 201 mil millones (10%).
Así, la apertura de Brasil, sumando ambos conceptos, fue el 19% de su PIB. En el Perú, que produce 160,000 millones, la apertura llegó al 50% (80 mil millones), pero el país creció más, generó más empleo y redujo más la pobreza. Igual sucedió con China y con Alemania. En cambio, Brasil buscó acrecentar su consumo interno con salarios públicos y subsidios, y solo a Argentina con la integración dirigista y estatal del Mercosur, distribuyendo la producción de los bienes y los mercados de ambos países. Y ese modelo, frente al nivel de globalización de la economía mundial, bloqueó el crecimiento y la llegada de nuevos capitales y tecnologías del mundo.
El nivel arancelario de Brasil tenía ya un promedio de 11.2%, que ahora subirá, frente al 8% de la región sudamericana y al 4% del Perú, que ya tiene, además, un libre comercio con 2,600 millones de habitantes del mundo. Y el resultado es que, en proporción, la industria manufacturera peruana creció y vendió mucho más que la muy “protegida” industria brasilera. Esa protección originó, también, el aumento de los precios internos y, por eso, la inflación brasilera acumulada entre el 2006 y el 2011 fue 25%, mientras que en el Perú fue 15%, por su mayor grado de apertura y competitividad.
Además, Brasil jugó al aumento del consumo interno para reducir la miseria, pero lo hizo dando asignaciones monetarias a su población en lugar de invertir mucho más en infraestructura. Según los cálculos, habría más de 60 millones de personas asistidas por Bolsa Familia y otros programas de entrega mensual de billetes.
Eso tiene efectos electorales que no son propios de una democracia moderna, pero no deja obra sostenible porque destinando grandes recursos a la entrega improductiva de billetes se reduce la inversión en caminos y servicios públicos y, por consiguiente, cae la competitividad. La ayuda directa es necesaria, pero debe ser muy prudente porque la infraestructura es mucho mejor para reducir la pobreza de manera real y sostenible. Está demostrado que, cuando la inversión pública en infraestructura sube 10%, el producto nacional aumenta 3% y, con ello, el empleo sube 2%.
Concluyendo, con menos inversión en infraestructura, con aranceles más altos, y distribuyendo billetes a la población, los precios internos suben. Entonces, se reduce la inversión privada y se detiene el crecimiento. Eso está ocurriendo. El crecimiento brasileño 2006-2011 fue de 29%, mientras que el Perú, que escogió otro camino, logró un aumento de 45% en la producción y, con él, logró reducir la pobreza de 48% a 31%. Por su lado, China, en esos años, creció 60% con más empleo y con más reducción de pobreza que el Brasil.
Como consecuencia, el Brasil ha bajado en el nivel del Doing Business o facilidad para invertir e, igualmente, en el ranking de la competitividad de sus productos, y con el menor crecimiento se reducen los ingresos del Estado y la creación de empleo sostenible.
Si ante esta situación se reacciona con megainversiones estatales de lenta maduración en vez de llamar a la inversión extranjera, aumentan el peligro del déficit y el riesgo financiero del país. Además, subiendo los aranceles para tener más ingresos, la economía “se muerde la cola” por los mayores precios internos.
Es simple: si se pretende defender a los productores de papa poniendo un arancel de 25% a la importación de ese producto, se reduce la capacidad de consumo de las familias, que tendrán que pagar 25% adicional, devolviendo así el subsidio que se les dio. Y si para compensar eso se aumentan los programas monetarios directos, se presionara aún más el nivel de los precios. Y creyendo hacer un bien, se causará un gran daño. Ese camino lleva a un punto irreparable si no se hace una corrección que debe ser explícita para que el país sepa qué caminos no hay que volver a transitar.
Solo con más inversiones externas y menos restricción a las importaciones, Brasil competirá en el mediano plazo con China y la India, que parecen seguir una mejor vía al desarrollo social y tecnológico. Alguna vez le dije fraternalmente al presidente Lula: “El amor a los pobres se prueba en los resultados”. ¿Quo Vadis, a dónde vas, amado Brasil?
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