Roberto Lerner,Espacio de crianza
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Se asocia líderes y liderazgo, a pilotos. Voz profunda y tono seguro, manejan ese bicho que nuestra mente se resiste a aceptar. Todo depende de su pericia; y conocimiento de los misterios del clima, la física de la sustentación, altitud, velocidad y otras variables arcanas.
Pero, señores pasajeros, ¿dónde está el piloto? Sí, en la cabina de mando, cerrada, opaca. ¿Y si no está; o está dormido, o borracho? Es un acto de fe, eso de creer en el piloto. No me parece una buena metáfora de liderazgo.
¿Quiénes son nuestra referencia cuando estamos sentados en nuestro B18 o J5? ¿A quiénes miramos y les leemos gestos y lenguaje corporal –no queremos verlos rezando un Padre Nuestro, ¿no?–, y obedecemos cuando nos piden apagar computadora o abrocharnos cinturones?
La tripulación de cabina asegura fluidez, orden, comodidad, protocolo, solución de lo inesperado. En ese entorno infantilizado –nada depende de nosotros, comemos en horario impuesto, amarrados– ellos combinan poder –manejan ataques de pánico, ebriedad, malcriadez– con atención focalizada, alerta flotante y calidez. Una mezcla compleja que no todos podemos aplicar para que un grupo diverso conviva, siga normas y disfrute razonablemente.
También he encontrado ese liderazgo en quienes se ocupan de rehabilitación física y profesionales de la enfermería, responsables de que los hospitales funcionen y las personas se curen.
Metáfora de liderazgo menos glamorosa que comandante de avión o cirujano en quirófano, pero en la vida cotidiana y sus turbulencias, en la escuela, el espacio organizacional y laboral, los que hacen que las cosas sucedan con firmeza y calidez, se parecen mucho más a los tripulantes que a otros que se llevan el crédito y concentran la admiración.
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