22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Un jovencito de 12 años, más bien rebelde, de caracter fuerte y que tiende a aislarse en sus intereses lectores, deportivos o audiovisuales, me cuenta que el fin de semana pasado fue a pasar el día en la casa de un amigo que cumplía años.

Roberto Lerner,Espacio de crianza
http://espaciodecrianza.educared.pe

Un jovencito de 12 años, más bien rebelde, de caracter fuerte y que tiende a aislarse en sus intereses lectores, deportivos o audiovisuales, me cuenta que el fin de semana pasado fue a pasar el día en la casa de un amigo que cumplía años.

“No entiendo”, me dice con expresión realmente perpleja —no es algo común en él que siempre tiene respuestas—, “todos los invitados, todos hombres, llevamos nuestras laptops y durante la jornada estuvimos, cada uno por su lado, en alguno de nuestros juegos preferidos. En línea, a veces intercambiando mensajes para hacer alguna broma o pedir alguna ayuda, nos la pasamos todo el tiempo frente a la pantalla”, afirma.

“Había pelota, jardín, inflables, pero nada, ni los tocamos y si no hubiera sido porque la mamá del cumpleañero prácticamente nos obligó, seguro no le cantábamos y nadie soplaba velitas”, concluye.

¿Escena exagerada y propia de niños bien? La mamá de mi amigo corroboró horrorizada la historia, pero incluso si no hay el hardware disponible, en entornos menos acomodados, es un estado de ánimo, una actitud con respecto del concepto de reunión, que he visto cada vez más definida en amplios sectores de la sociedad, también fuera de Lima.

¿Qué es juntarse, qué significa coincidir, dónde está la realidad interpersonal? ¿Escandalizarse, condenar, prohibir? No, por lo menos no solamente. Son cambios que debemos comprender y que no se van a ir porque no nos gusten.

“¿Y por qué no hiciste otra cosa?”, le pregunté a mi joven interlocutor. Me miró con la sonrisa cachosa que suele mostrar. “¿Y qué querías que hiciera, quedarme solo?”, me contestó. No tuve nada más que agregar.


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