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"Ser feliz es más fácil si antes se ha sufrido"

“El dolor siempre va a llegar a tu casa, de forma gratuita, inesperada, y allí se va a quedar. Hay gente que no quiere reconocer que llega, pero eso, a la larga, es nocivo porque le impide crecer”, nos dice Pilar Sordo.

Foto: Difusión.
Foto: Difusión.

Pilar Sordo,Psicóloga
Autor: Gonzalo Pajares.
gpajares@peru21.com

Es una de las psicólogas de mayor ‘audiencia’ en América Latina. Por eso, este 8 y 9 de noviembre regresa a Lima para dictar dos conferencias –‘Bienvenido dolor’ y ‘No quiero crecer’– en el María Angola. Entradas: Teleticket. Sobre estos dos temas versa nuestra charla.

¿Está siendo irónica cuando dice ‘Bienvenido dolor’?
No hay ironía. Mi investigación demostró que, cuando uno tiene la posibilidad de darle la bienvenida al dolor, cuando este llega –algo que es inevitable–, hay que aprender de él y, así, crecer. Además, mi investigación demostró que el dolor siempre es fértil. Por eso mi libro se llama Bienvenido dolor, que incluye dos investigaciones…

Una acerca del dolor y otra sobre la felicidad…
Así es. Y allí descubro que ambas se pueden entrelazar porque una es el espejo de la otra. Si yo recibo el dolor y aprendo de él, me será más fácil ser feliz, y la decisión de ser feliz es más fácil de tomar cuando antes se ha sufrido.

¿Los latinoamericanos sabemos enfrentar el dolor?
No, porque somos absolutamente negadores de él; no lo hablamos, no lo lloramos, no lo expresamos. Al contrario, lo apuramos para que estemos ‘bien’ más rápido. Somos malos para trabajarlo y para digerirlo; claro, unos países más que otros, porque hay algunos que son más negadores de las expresiones dolorosas.

¿Somos sociedades melancólicas?
Absolutamente. En nuestros países, la falta de frecuencia de la sonrisa es muy alta; tenemos serios problemas para conectarnos con la felicidad y con la posibilidad de hacernos cargo del disfrute en sí mismo.

¿Cuánta influencia tiene el mensaje de la Iglesia Católica? Ella nos promete felicidad en la otra vida, pero no en esta?
Muchísima. En mi libro explico las razones por las que no nos reímos mucho. Por ejemplo, es un asunto religioso eso de que la risa abunda en la boca de los tontos. Además, hay una sobreintelectualización de nuestras sociedades, donde para ser inteligente hay que tener un rictus severo y, por ende, reírse menos y hablar en complicado.

Y teniendo este inmenso peso cultural y religioso, ¿cómo cambiar nuestra perspectiva del dolor?
Hay que insistir en el concepto de felicidad. Este debe dejar de ser algo anhelado, buscado y pasar a ser algo que implique una decisión. Mi investigación muestra tres cosas: 1. La felicidad es una decisión de la que uno se debe hacer cargo, y esta decisión hay que tomarla a pesar de los problemas que pueda tener en el alma. 2. Para tomar la decisión de ser feliz, uno debe ser agradecido… sobre todo hacia aquellos pequeños privilegios. 3. Uno debe inspirarse en lo que tiene y no en lo que nos hace falta; todos tenemos carencias, a todos nos falta algo. Y si reunimos estos tres aspectos y le sumamos la fuerza de voluntad –y nos hacemos cargo de nuestro protagonismo histórico–, entonces podremos ser felices.

¿Es malo el individualismo?
Sí, es mejor tener sentimientos colectivos, sentir que pertenecemos a una red, y que si colaboro con ella también resultaré beneficiado, y esto produce más satisfacciones que pensar solo en uno. Nuestro problema está en que hemos construido países donde sus ciudadanos solo piensan en sus derechos y no en sus deberes. Si un país se estructura solo en base a los derechos se vuelve egoísta, demandante, exigente, reclamón, rabioso… y la rabia pasa a regular estos procesos, lo que no es bueno.

Pero, mientras el individuo no sea más libre, no creará mejores sociedades…
Eso es cierto, pero toda sociedad en verdad justa debe estar al servicio de los demás. No todo debe basarse en crear, en hacer… ¿Y el compartir? Cuando uno crea, esto debe ser depositado en otros, no puede quedar guardado en uno porque nos asfixia.

Su segunda charla en Lima se llamará ‘No quiero crecer’. ¿Qué nos pasa a los latinoamericanos, por qué no queremos crecer, por qué la inmadurez nos resulta placentera?
Yo empecé a analizar el asunto cuando noté que muchos jóvenes decían: “No quiero crecer, no quiero ser adulto”. Y esto pasaba porque el testimonio que de la adultez recibían era horroroso. Los jóvenes nos ven “cansados, tristes, agobiados”, dicen que no sabemos cantar, que hemos dejado de bailar, que no nos reímos, que nos juntamos en pareja solo para pagar cuentas, que ya no nos besamos, que trabajamos solo para comprar cosas, que nadie disfruta su trabajo.

Pero los adultos no la pasamos mal…
El error está en cómo contamos lo que vivimos, fallamos en la verbalización de nuestra experiencia: uno llega a casa y dice que está cansado, pero no cuenta lo vivido durante el día en términos positivos. Por eso, los chicos no quieren ser adultos, responsables, porque eso implica parecerse a los padres, estar amargados. Sucede que la ‘responsabilidad’ tiene muy mala prensa, hemos sido incapaces de comunicar lo satisfactorio que significa ser responsable.

AUTOFICHA

- En Latinoamérica, ricos y pobres se manifiestan por igual frente al dolor y la felicidad. Quizás entre los pobres la muerte sea más expresiva, los ritos más intensos.

- La vida es un trabajo constante. Para enfrentar el dolor y la felicidad no hay que bajar la guardia. Claro, uno se puede reconstruir a diario.

- Los jóvenes tienen que decidir qué tipo de vida desean, diseñar un estilo de vida desde la madurez y desde la alegría, desde el agradecimiento y desde el disfrute.


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