Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com
Pese a que la demanda de los países ricos puede estimular la producción y repercutir ‘positivamente’ en la actividad económica de los países empobrecidos, la creación de excedentes trae aparejados perjuicios inasumibles cuando se alcanzan los límites ecológicos”. Ocurre que todos los alimentos que producimos, pero que a menudo no se consumen, gastan un elevado volumen de agua y determinan la emisión de millones de toneladas de gases de efecto invernadero agravando los inconvenientes relacionados con el uso de la tierra, el agotamiento de los recursos, etc. En la FAO se advirtió que “la reducción del desperdicio de alimentos no es en realidad solo una estrategia para tiempos de crisis, sino una forma de vida que debemos adoptar si queremos un futuro sostenible para el planeta”.
El despilfarro es una variable creada por el actual sistema económico que no es simple enfrentar. No obstante, es posible hacerlo si hacemos compras más racionales, si recuperamos aquellas recetas que dan utilidad a las sobras (esto se dijo en una Europa donde sube la desocupación y en la que algunos países han autorizado la venta de productos vencidos) y sobre todo si no cedemos a los engaños de las grandes ofertas y optamos por consumir productos locales y de temporada, etc.
El movimiento Slow Food –que tiene más de 100,000 miembros en 150 países– es una expresión del cambio desde abajo para la toma de conciencia. Pretende modificar ciertos patrones dietéticos poco saludables de los que somos partícipes, fundamentados en un consumo elevado de productos que son ecológicamente destructivos.
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