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Opinión

Lucía de Althaus,Opina.21
www.parentalidad.pe

Una niña de dos años descrita como “difícil y complicada”, está empezando a ser rechazada por sus propios padres. Ellos sienten culpa por tener estos sentimientos negativos hacia ella. Tratando de compensar, la madre intenta tener momentos solo con ella, pero refiere que “no funciona, ella se fastidia, no quiere hacer nada, y casi siempre termina en una pataleta”. Cuando le pregunto cuál es la actividad que hacen juntas, me dice que la estimula, enseñándole los colores, rompecabezas, etc.

Los orígenes de la palabra estímulo está en el latín stimulare, que significa algo así como aguijonear, intranquilizar, atormentar. Claramente no es esto lo que tenemos en mente cuando hablamos de estimulación infantil, pero resulta que muchas veces volvemos a ese concepto original sin darnos cuenta. El niño que está sobre-estimulado se puede sentir literalmente “atormentado”.

Estamos más preocupados por que nuestros hijos aprendan y menos porque disfruten. Un buen vínculo con nuestros hijos pasa más por gozar con ellos que por ser profesores contantes. Esta madre necesitaba entregarse al placer del juego –lo que es un gran estímulo en sí mismo- y dejar la estimulación “formal” a la escuela.


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