Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com
No obstante, alguien me llamó para anunciarme el duelo verbal entre Mulder y Lúcar. Logré ver la reproducción de dicho enfrentamiento a través de Internet. Me excuso por anticipado por mi comentario, pues siempre me gana el humor y la primera imagen que vino a mi mente al ver a ambos contendientes fue la de una niña que acusa a otra niña en la escuela con el gravísimo cargo de haberle desatado el moño. Lo sustancial, es decir, la relación de cada una de esas niñas con su familia, con la sociedad y los rencores acumulados entre ellas, estalló en una acusación anodina: “Señorita, señorita, esta niña me desató el moño”. Mulder, ante la estocada de Lúcar afirmando que el APRA existe gracias a García, preguntó si él era un fantasma. Se refería a sí mismo, no a Alan, pues como es sabido no hay fantasmas de esas dimensiones y acusó (no sé si es el verbo adecuado) a Lúcar de haber sido trotskista. Este recogió el guante con un hidalgo “A mucha honra”, y Mulder admitió, también hidalgamente, haber admirado a Trotsky. Ya es un avance que dos hombres públicos admitan preferencias que por una u otra razón han abandonado. Miren si no al buque insignia de tales cambios llamado don Mario Vargas Llosa. El mundo se transforma, la plasticidad del cerebro permite acompañar esas transformaciones. Todo bien. La pregunta es por qué dichas transformaciones siempre apuntan al bienestar personal del transformado y casi nunca al bienestar del conjunto de la sociedad.
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