Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com
“Por ejemplo, cuando el Cónclave me eligió Papa. Antes de la aceptación pedí poderme retirar por algún minuto en la estancia junto a la del balcón sobre la plaza. Mi cabeza estaba completamente vacía y una gran ansia me había invadido. Para que pasara y me relajara, cerré los ojos y desapareció todo pensamiento, también el de negarme a aceptar el cargo, como, por lo demás, el procedimiento litúrgico permite. Cerré los ojos y no tuve ya ningún ansia ni emotividad. En cierto momento una gran luz me invadió, duró un instante pero a mí me pareció larguísimo. Después la luz se disipó, me alcé de golpe y me dirigí a la estancia donde me esperaban los cardenales y la mesa sobre la que estaba el acta de aceptación. La firmé, el cardenal Camarlengo la contrafirmó y después en el balcón fue el Habemus Papam”.
El relato me parece significativo y resultaría insólito que un periodista como Scalfari lo haya inventado. No dijo el Papa que se le apareció Marx, ni hay en sus palabras sombra de dudas religiosas. Lo reproduzco como apareció en La Reppublica (Italia) y cada quien juzgará. Se vuelca la conversación a San Agustín y el Papa recuerda que este tuvo palabras muy duras respecto a los judíos que él no comparte. Agustín se siente “impotente ante la inmensidad de Dios y las tareas que un cristiano y un obispo debería cumplir. Con todo, él no fue para nada impotente, pero su alma se sentía siempre y en cualquier caso por debajo de cuanto habría querido y debido”.
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