Dilma Rousseff quiere volver al poder, pero no como jefa de Estado. Hoy luce más relajada que cuando estaba en la presidencia de Brasil. Bromea, repasa la apretada lista de conferencias que la esperan en Europa y Estados Unidos y por primera vez habla de su futuro político.
Destituida en 2016 por el Congreso, bajo la acusación de adulterar las cuentas públicas, la ex mandataria de izquierda pasa sus días en Porto Alegre (sur), donde sigue disciplinadamente su rutina de ejercicios y bicicleta y solo parece perder la paciencia cuando es consultada por el escándalo de corrupción en Petrobras que golpeó a su gobierno.
“No seré candidata a presidente de la República, si es la pregunta. Ahora, actividad política nunca voy a dejar de hacer (…) No descarto la posibilidad de una candidatura para cargos como senadora o diputada”, dijo en una entrevista exclusiva con la AFP en la tarde del viernes en Brasilia.
A sus 69 años, esta ex guerrillera marxista solo disputó dos cargos electivos en su vida: la presidencia que ganó en 2011 y la reelección de 2014, ambas por el Partido de los Trabajadores (PT).
Consultada sobre cómo fue posible que desconociera la monumental red de sobornos que drenó más de 2.000 millones de dólares de la petrolera estatal para financiar campañas políticas, Rousseff abandona el semblante afable que adoptó tras su destitución “Esos procesos son extremadamente complicados (…) Nadie en Brasil sabe sobre todos los casos de corrupción que hay aún hoy”, afirmó.
Primera mujer en llegar a la jefatura de Estado del gigante latinoamericano, Rousseff conserva en su cuenta de Twitter la frase “presidenta electa de Brasil”.
Ahijada política del exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva (2002-2010), emblema de una izquierda latinoamericana que perdió gran parte de su crédito por escándalos de corrupción, Dilma, como se la llama en Brasil, dice no haber tenido problemas al recorrer las calles del barrio Tristeza donde vive en Porto Alegre, ni cuando viaja a Rio de Janeiro para ver a su madre.
Pero con las cicatrices del impeachment aún frescas en el país, dice no tener garantías, pese a contar con una guardia personal.
“Nada impide que alguien me agreda”, afirma.
“Inventaron un motivo para sacarme”
Entre mayo y agosto del 2016, Brasil vivió un traumático juicio político cuyo acto final tuvo lugar en el Senado, donde Rousseff se defendió durante más de 10 horas.
Su caída estuvo precedida de una ráfaga de acusaciones de corrupción contra su partido, que alimentaron masivas protestas callejeras.
Rousseff dice repasar “sistemáticamente” los documentos del proceso que la sacó del poder y segó un ciclo de más de 13 años del PT en el gobierno, para reemplazarla por su vice, el conservador Michel Temer, a quien acusó de encabezar un “golpe parlamentario”.
“Las piedras de Brasilia y los ñandúes de Alvorada sabían que estaban inventando un motivo para sacarme del poder”, sostiene, en una referencia al tiempo en que vivía en el espectacular Palacio de Alvorada, rodeado de jardines interminables poblados de pájaros.
“Fue la llamada justicia del enemigo: no se juzga, se destruye”, agrega.
Como el país no otorga ningún tipo de pensión a sus ex presidentes, Rousseff se mantiene financieramente con los 5.300 reales mensuales (unos 1.700 dólares) que recibe por sus aportes como funcionaria del Estado de Rio Grande do Sul y completa sus ingresos con el alquiler de cuatro departamentos familiares.
Lula sigue primero
Un reciente sondeo colocó a Lula al frente de todos los escenarios electorales para 2018. Procesado en varias causas ligadas al fraude a Petrobras, su futuro es una incógnita.
“A pesar de todos los intentos de destruir su persona, su historia, Lula sigue en primer lugar, sigue siendo espontáneamente el más votado”, dice Rousseff, para quien hay un “segundo golpe” en ciernes: criminalizar a Lula para impedir que sea candidato.
Rousseff dice no guardar rencores personales contra quienes motorizaron su destitución. Y eso incluye al ex jefe de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, cerebro detrás del impeachment, actualmente en prisión por una causa de corrupción.
“No tengo contra Eduardo Cunha ningún sentimiento de venganza o cosa semejante. No lo tuve con mis torturadores. No les doy el lujo de odiarlos (…), porque implica un sentimiento tan fuerte como para tener una relación personal que no quiero tener ni con los torturadores ni con Eduardo Cunha”, concluye.
Sin duda, la actividad política de Dilma no ha terminado.
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