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Opinión

Con este mismo título, hace 14 años publiqué mi primera columna de opinión en un diario. En ese entonces, a raíz del abrupto retiro de la Shell del proyecto de Camisea y del impacto de la crisis rusa, el optimismo del sector privado se había esfumado y la economía se estaba desacelerando.

Fritz Du Bois, La opinión del director
Con este mismo título, hace 14 años publiqué mi primera columna de opinión en un diario. En ese entonces, a raíz del abrupto retiro de la Shell del proyecto de Camisea y del impacto de la crisis rusa, el optimismo del sector privado se había esfumado y la economía se estaba desacelerando.

Lamentablemente, en ese momento quienes estaban a cargo no consideraron necesario tomar medidas para restablecer la confianza tanto del consumidor como del empresariado. Luego vendría el colapso político del régimen y la crisis brasilera, eventos que agarraron a nuestra economía totalmente debilitada sin capacidad alguna para protegerse, por lo que caímos en una recesión que, en la práctica, duro varios años.

Sin duda, es evidente el paralelo con lo que actualmente está pasando y es, hasta cierto punto, deprimente ver cómo nuevamente se están equivocando. Es difícil entender el motivo por el cual los países no aprenden de su pasado.

En todo caso, es fundamental que el Gobierno tome más en serio la urgente necesidad de revertir el creciente pesimismo del sector privado que ellos mismos están generado, tanto por la inacción gubernamental como por la agresividad de nuestro mandatario.

Por otro lado, si bien uno no quiere sonar alarmista, el hecho es que el asunto no deja de ser dramático. Así, tenemos que en el lapso de solo un trimestre hemos pasado de tener 6% como piso absoluto de crecimiento, para los próximos tres años, a tenerlo como techo, ya que pocos están considerando ahora que ese nivel podría ser superado.

Más aún, predicciones de crecimiento de solo 3% no son tan descabelladas como parecen y bien podrían darse el próximo año, al paso que vamos. En realidad, es abismal la diferencia entre crecer 6.5%, que es lo que deberíamos avanzar en automático, y hacerlo solo en 3 o 4%. A esa lenta velocidad, los ingresos de la mayoría de peruanos se verán estancados ya que con las justas se generaría empleo para absorber a los jóvenes que recién ingresarían al mercado.

Además, con ese bajo nivel de actividad, el número de pobres no disminuirá al margen de cuántos programas asistenciales se inventen para repartir subsidios o regalos. No existe alternativa para salir de la pobreza que el tener puestos de trabajo, los cuales se crean en economías dinámicas que disfrutan de un crecimiento alto.

Al final, por donde uno lo vea parece una negligencia criminal el perder –ya sea por dogmatismo, complacencia o incapacidad– la mejor oportunidad que hemos tenido como país para desarrollarnos. Así que el Gobierno debe hacer más de lo que hasta ahora ha anunciado, tiene la obligación de empezar a facilitar proyectos de inversión para levantar, nuevamente, el entusiasmo y la confianza del empresariado. De esa manera se recobrará un nivel de crecimiento adecuado, el cual todos creíamos que teníamos asegurado.


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