Fritz Du Bois, La opinión del director
Luego de la presión que ha sufrido, en lo que debe de haber sido una de las peores semanas que ha tenido como político, parece que Alejandro Toledo ha decidido terminar su carrera y ha cometido un suicidio.
En realidad, el que un expresidente nos presente como su más sólido argumento para intentar explicar la adquisición de millonarias propiedades por parte de su suegra el que ella se haya beneficiado con un aval amplio o ‘cheque en blanco’ hasta por 20 millones de dólares que le ha otorgado un cuestionado empresario es, a todas luces, un verdadero escándalo.
Más aún, en cualquier otra parte del mundo, el que un político esté hipotecado a individuos o grupos que pueden tener intereses creados de seguro lo descartan completamente de cualquier cargo público y su futuro político estaría enterrado.
Incluso considerando el alto cargo que Toledo ha desempeñado, la vinculación que él mismo ha revelado sería materia, sin duda, de investigación para determinar si durante su gobierno dicha relación devino en algún negociado. Especialmente considerando que el millonario involucrado siempre ha tenido negocios u asociaciones con gobernantes o con el Estado.
Así, tenemos que hace poco declararon en quiebra a una de sus empresas que, en un momento, llegó a estar valorizada en casi mil millones de dólares, cuya principal actividad –la distribución de gas– formaba parte de una concesión que el exdictador egipcio Mubarak le entregó y que perdió cuando este fue derrocado. Asimismo, en la década del ochenta estuvo en el medio de diversas operaciones de intercambio o compra de deuda externa con sucesivos gobiernos peruanos.
En cualquier caso, al margen de si el Congreso o la Fiscalía encuentran algún motivo para acusarlo, el hecho innegable es que, en la forma tan enrevesada y poco clara con la que ha intentado justificar la millonaria operación inmobiliaria, Toledo –políticamente– se ha suicidado.
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