22.NOV Viernes, 2024
Lima
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Opinión

Alguien maneja tranquilamente por la ciudad como millones de limeños hacen a diario, pero de pronto le llega una fotopapeleta por haber excedido un supuesto límite de velocidad en alguna zona donde nunca vio señal alguna que informara.

Alguien maneja tranquilamente por la ciudad como millones de limeños hacen a diario, pero de pronto le llega una fotopapeleta por haber excedido un supuesto límite de velocidad en alguna zona donde nunca vio señal alguna que informara. Para colmo, la multa es alta –444 soles– y sin posibilidad de descuento por pago inmediato, como en la mayoría de sanciones de tránsito.

En todo caso, a uno se le pasa el malestar y acepta la sanción porque cometió una infracción. Sin embargo, si decide retornar al lugar de los hechos se da con la sorpresa que no existe ninguna indicación de que un límite de velocidad se está aplicando. Pese a que en la notificación se indica que estaba señalizado, lo cual parece extraño. Pero al final resulta que Ud. no sería un caso aislado, sino que son decenas de miles los ‘asaltados’ por la ‘viveza’ de funcionarios exprimiéndoles más dinero a los ciudadanos.

Así tenemos que para aumentar la recaudación tanto del SAT municipal como de la Policía Nacional, a alguien se le ocurrió la brillante idea de las señales móviles de velocidad. Estas son colocadas en un lugar para justificar una larga relación de multas que se imponen de inmediato a desprevenidos conductores que no se han percatado que un límite de pronto se ha creado. Al poco rato, levantan la señal y la plantan en otro lugar para seguir multando.

Más aun, el millonario negocio es muy rentable para los involucrados ya que por cada papeleta la Policía recibe 110 soles y el SAT financia la enorme burocracia municipal. Lo peor del caso es que los asesinos al volante nunca pagan multas sino que ‘negocian’ cuando son interceptados. Ello explica que haya choferes que tienen 200 papeletas pendientes cuando finalmente son atrapados. Más bien quienes las pagan rápido son los decentes ciudadanos avergonzados de haber sido multados, hasta que se cansen de ser asaltados por el Estado y adquieran las mañas de los avezados.


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