A la poesía peruana se le puede acusar de cualquier cosa –crisis, inmovilidad, conformismo– menos de esterilidad y falta de entusiasmo. Cada semana aparece en los estantes de las librerías un nuevo poemario, usualmente de un autor joven y debutante; lo normal, lamentablemente, es que sus propuestas caigan en el vacío por diversas circunstancias que no toca enumerar. En los últimos meses del 2016 llegaron a mi mesa libros que me fue imposible comentar por cuestiones de tiempo y espacio. Hoy quisiera abordar dos de ellos. El primero es Apostrophe de Gino Roldán (Trujillo, 1983), quien a principios de la década pasada integraba el grupo El Club de la Serpiente, uno de esos numerosos colectivos que por entonces brotaron desprovistos de todo afán que no fuera publicar sus trabajos en un volumen conjunto. En el caso de Roldán, el paso de los años ha sido beneficioso. Se ha sacudido de las ingenuidades, indecisiones e impericia de sus primeros poemas y nos presenta un libro bastante solvente en el aspecto formal y que está a la altura de las motivaciones temáticas que se impone.
Roldán controla la dicción y el ánimo de sus poemas con innegable destreza. Mayormente contenido, pausado y reflexivo, puede cambiar el cauce de su discurso de manera limpia hacia un desborde imaginativo con el que pretende internarse en la esencia de objetos que pueblan un universo repartido entre lo “profuso y lo intangible”. La huella de Francis Ponge es clara en estos textos, especialmente en Celebración, Apostrophe y Tres estadíos del objeto, sin duda los mejores poemas del libro. En ellos las cosas anhelan expresarse, y en silencio esperan la llegada de la palabra, para que puedan revelar las profundidades ocultas de su ser, como anotó Richard Stamelman acerca de la poesía del poeta francés. Sin embargo, no encontramos la misma precisión en poemas que escapan de este concepto y se inclinan más por el camino de la desolación metafísica de Juan Ojeda o del tono salmódico hinostroziano, bastante más derivativos y pergeñados con menor convicción.
Se vende poesía, de Jorge Díaz Untiveros (Lima, 1980), es un libro que opera bajo otras coordenadas. Podríamos considerarlo seguidor de esa lúdica corriente supuestamente fundada por Lizardo Cruzado en los noventa, el llamado Realismo chistoso: coloquialismo duro, humor desenfadado y cotidiano, crítica risueña a una realidad mal hecha en la que el yo poético se encuentra siempre en off side. El mencionado subgénero es capaz de producir textos de rara intensidad –hay trabajos del mismo Cruzado que lo demuestran– pero también puede ser una trampa que nos presenta como materia poética lo que apenas llega a ser apunte ingenioso o chispeante estado de Facebook. Lamentablemente el libro de Díaz es presa de esa confusión y no pocas de sus composiciones se agotan en el intento de hacerle cosquillas al lector para que sonría un poco, como es el caso de Palingenesia: “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. / Y el hombre creó a Homero Simpson a su imagen y semejanza”. Se vende poesía sería tan intrascendente e intercambiable con muchos libros parecidos si no acogiera también algunas piezas que, libres de estos efectismos, nos acercan a un autor que en sus mejores momentos es capaz de exhibir atendibles poemas como Canto celebratorio a la vida, donde el poeta desecha su tono afectadamente sentencioso para, desestabilizado en el desarraigo, cantar con pulida sensibilidad entre las sombrías “orillas de una luz insepulta”. También sería provechoso que en su próxima incursión Díaz abandone cierta propensión por una melosidad romanticoide más cercana al cancionero de algún baladista venezolano que al repertorio del bardo irónico y detractor del mercado que pretende ser.
- Gino Roldán
Hipocampo, 2016. 69 pp.
Relación con el autor: ninguna.
Puntuación: 3/5
- Jorge Díaz Untiveros
Se vende poesía Altazor, 2016. 59 pp.
Relación con el autor: ninguna.
Puntuación: 2/5
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