Hugo estaba preocupado. La breve longitud de su miembro viril en estado de erección era inversamente proporcional a la fortaleza de su autoestima. Diez centímetros de largo marcaba la huincha. Once, a veces. Esta situación sí que le afectaba. A pesar de sus 28 años de edad, no había debutado sexualmente. Tenía miedo de no dar la talla y que alguna mujer se burle de sus diez centímetros de virilidad erguida. Temores comprensibles, ciertamente.
A LO LARGO Y ANCHO
Hugo buscó soluciones. Una de las primeras que encontró fue un particular dispositivo que se vende en Internet y promete incrementar la longitud y el ancho del pene a punta de “tracción progresiva y adaptativa”. Como no estaba convencido, siguió buscando.
Encontró la página de una clínica que ofrecía un procedimiento llamado “cirugía peneana”, el cual estaba orientado al alargamiento y engrosamiento del falo. Hugo leyó que la intervención requería extraerle grasa del abdomen para colocarlo en el pene y, así, lograr un engrosamiento mayor, mientras que un corte estratégico con bisturí permitiría un alargamiento máximo de tres centímetros. Llamó por teléfono a la clínica y separó una cita. Cuando se dirigía al lugar, se dio cuenta de que algo andaba mal. “¿Qué estoy haciendo?”, pensó y decidió dar media vuelta.
Al llegar a casa decidió armar un plan de investigación seria. Leyó artículos de especialistas calificados, encontró estudios sexológicos hechos por universidades de prestigio, hasta llamó a un reconocido andrólogo y sexólogo que siempre aparecía en programas televisión.
El sexólogo le dijo que la cirugía no era un método recomendable en su caso y que el aparato que vio en Internet era, casi con certeza, una estafa. Asimismo, Hugo entendió, gracias a sus lecturas, que tenía una talla “small”, pero que eso no debía estresarlo, teniendo en cuenta que un micropene mide siete centímetros en estado de erección. “No estoy tan mal”, pensó. Halló también que la mayoría de mujeres alcanzan el orgasmo mediante la estimulación del clítoris, no por la penetración. También aprendió que, según la sexóloga Alessandra Rampolla, hay poses que favorecen a quienes tienen un pene chico. De hecho, Rampolla tiene un dicho así: “mejor pequeño y juguetón, que grande y sonso”.
¿RESIGNACIÓN O INSENSATEZ?
Hugo se motivó. Sobre todo después de que, con sumo tino y respeto, preguntó a una amiga suya cuáles eran sus preferencias en cuanto a “envergadura” masculina. “Depende, Hugo. Hay mujeres que prefieren penes largos, pero también están las que no se hacen problemas con esto. Creo que la regla para la mayoría es ni muy chico, ni muy grande. Muy chico no se siente y muy grande duele. Otros factores importantes son el grosor y la duración. En cualquier caso, hay que saber usar la herramienta”, contó la amiga. Hoy, Hugo es un aventajado en cuanto a información, pero le falta encontrar un amor para poner en práctica todo lo que aprendió en sus momentos de duda y desazón.
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