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"Mi récord olímpico duró cinco olimpiadas"

“Para que nuestras lecciones de básquet no sean como un circo que se va, formamos a los entrenadores en nuestra filosofía deportiva y de valores”, nos dice Ricardo Duarte sobre su labor con la Fundación Telefónica.

Foto: José Gutiérrez.
Foto: José Gutiérrez.

Ricardo Duarte,Basquetbolista
Autor: Gonzalo Pajares.
gpajares@peru21.com

Ricardo Duarte es una de nuestras mayores glorias deportivas. Gran basquetbolista, entre sus logros destaca el haber sido el máximo anotador por partido en unos Juegos Olímpicos: en Tokio 1964 hizo, en un solo partido, 44 puntos. Dirigente deportivo y empresario, hoy viaja por todo el Perú promoviendo las academias deportivas –para niños y profesores de Educación Física– que organiza la Fundación Telefónica.

¿De niño lo molestaban por ser tan alto?
Aunque no lo crea, yo fui niño y pequeño (risas). Yo provengo de una familia donde todos somos altos, no soy un accidente de la naturaleza (risas). Por eso, nunca me sentí extraño pues en casa todos éramos grandes: mi padre medía 1.92; mi madre, 1.74 m. Somos cinco hermanos: el más bajo mide 1.90; yo, 2.04 m.

Usted es jaujino…
Soy un jaujino rajatabla (ríe). Mi familia tenía una hacienda en la selva central, y Jauja era el centro administrativo de la zona, la que tenía las escuelas, los hospitales, las dependencias estatales, por eso nací allí, pero yo orgulloso de ser jaujino. Además, por un problema de asma estudié en Huancayo… el Valle del Mantaro debería ser la capital del Perú. También he vivido en Huancabamba, en Iquitos. Éramos unos nómadas. Llegamos al Callao en 1948, cuando Odría dio el golpe. Mi colegio, el San José, estaba frente al Real Felipe, y la evidencia de la violencia del golpe estuvo en que nuestra pizarra y la fachada del colegio tenían los huecos de las balas.

¿Cómo empezó en el básquet?
En Huancayo, donde a los 12 años era planillero: consignaba el score, no me hacían jugar (risas). Hasta entonces solo era un chico alto, pero al poco tiempo vinimos a Lima y me fui a ver a mi hermano mayor, quien jugaba para el equipo de básquet de la ‘U’. No, no soy de la ‘U’, nadie es perfecto (risas). Y, bueno, un día me pusieron en el equipo, yo creo que más por quedar bien con mi hermano (ríe). Tenía 17 años y Carlos Rojas y Rojas (el papá de Percy Rojas), el entrenador de la selección peruana, me convocó. Hubo una gran polémica pues decían que era un novato, nunca había hecho las categorías juveniles y no sabía jugar: algo de razón tenían, yo era el último suplente de la ‘U’. Debuté en Chile, en el estadio Santa Laura, en un partido contra Uruguay, y me tocó marcar a Óscar Omar Moglia, campeón mundial juvenil, el ‘Pelé’ del básquet uruguayo. Jugué dos minutos y no me pusieron más (ríe).

Gran desilusión, pero persistió, no se rindió…
Así es, no me derrumbé. En 1958 me llaman para jugar en el Regatas, todo un modelo de organización. Jugué 19 años en el club, allí vino mi despegue. Los partidos eran en el coliseo del Puente del Ejército, había mucha afición, hasta reventa teníamos. En 1961 contrataron como entrenador a Jim McGregor, quien se atrevió a hacer un recambio generacional. Nos llevó de gira a EE.UU. para foguearnos. Jugamos contra universidades de altísimo nivel… en ese tiempo no había NBA. Nos ganaban por 25, 30, 35 puntos, pero no importaba, pues así nos fogueábamos. El entrenador nos dijo: “Los felicito, pueden haber perdido, pero nunca se rindieron”. En EE.UU. nos hicimos competitivos, un equipo de verdad, porque en un grupo es muy importante la convivencia.

Era un equipo amateur. ¿Por quién jugaba?
Recuerdo que nos daban un dólar diario como viático, pero nosotros jugábamos por el país. En 1963 jugamos un Sudamericano. La final fue con Brasil, que tenía un equipazo. Quedamos segundos, pero nos ganamos el respeto de la gente. Un año después competimos en el Panamericano de Sao Paulo, donde quedamos cuartos y clasificamos para las Olimpiadas de Tokio. Pero 15 días antes de ir a Tokio sacaron a McGregor, algo que siempre hacen con la gente capacitada en el Perú. Igual, hicimos un buen torneo.

Ya para entonces usted jugaba bien…
(Ríe). Yo era un apasionado del básquet. Además, no era el grandazo torpe, era rápido y eso me ayudaba a sacarles ventaja a los demás. McGregor supo explotarme a pesar de que no tenía una ‘mano santa’.

Fue máximo anotador por partido en unos Juegos Olímpicos. ¿Cómo puede decir que no tenía ‘mano santa’?
(Ríe). Bueno, yo no sabía driblear. Y lo del récord por partido –le hice 44 puntos a Corea– fue un trabajo en equipo. Este récord se mantuvo durante cinco Olimpiadas y lo batió el brasileño Óscar Schmidt… pero él lanzaba de tres puntos; en mi época, toda canasta valía dos (ríe).

Ahora dicta las academias deportivas de la Fundación Telefónica…
Yo creé este sistema que es deportivo, competitivo, pero, sobre todo, inculca valores. Empezamos en 2001 con el minibásquet, y luego lo ampliamos al vóley y al atletismo. Estamos en todo el país y dictamos unas seis clínicas por año. Me entusiasma porque, por ejemplo, hoy trabajamos con Pro Niño, entidad que combate la explotación laboral de los niños de menos recursos y se preocupa por su escolarización. Tengo 73 años, pero estoy feliz por trabajar en esto.

AUTOFICHA

- En la selección jugué básquet con Juan Luis Cipriani; él era armador. Nuestro entrenador, Jim McGregor, era muy táctico, nos hacía pensar, no éramos unos robots.

- Nunca he vivido del deporte. Siempre tuve que robarles tiempo a mis actividades alimenticias, empresariales. He sido dirigente del IPD.

- En el IPD trabajé con Arturo Woodman, pero Francisco Boza, nuevo presidente del IPD, estimó que yo no tenía las condiciones para formar su equipo y me despidió.


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