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Hernando de Soto publicó el domingo un artículo preguntándose “¿Por qué tanta cortesía con Movadef?”. El presidente del Instituto Libertad y Democracia parece fascinado con su enemigo, al punto de haberle otorgado características gigantescas frente a los liliputienses indígenas peruanos que siguen sus iniciativas como corderitos.

Guido Lombardi,Opina.21
glombardi@peru21.com

Eso por lo menos es lo que se desprende de su afirmación en el sentido de que “el regreso senderista al escenario ha sido vía los conflictos sociales entre las industrias extractivas y los habitantes del Perú profundo”. Afirmar que Sendero Luminoso o sus organizaciones de fachada, como el Movadef, son responsables de los conflictos originados en Bagua, Tintaya, Espinar o Conga es una generalización inaceptable porque convierte toda protesta social en terrorista, pero, además, porque le otorga al Movadef una importancia extraordinariamente mayor a la que tiene en la realidad, por más legítima que sea la preocupación que nos causa su accionar en estos días.

Igualmente inaceptable es sostener que cualquier forma de colectivismo es inservible y está emparentada con la violencia homicida del ‘pensamiento Gonzalo’ e impedirá la deseable y uniforme globalización que de Soto propone para todos, aunque mantengamos el rocoto relleno y el yaraví como muestra de nuestras particularidades culturales.

Por eso resulta pertinente recordar a Jack London y el extraordinario cuento del que hemos tomado el título para esta columna: “Hágale saber que hay diamantes en las murallas del infierno, y el hombre blanco asaltará esas murallas y pondrá a trabajar al mismísimo Satán con su pico y su pala”. No solo es la película de Cameron, apreciado Hernando. Hay una larga tradición literaria (Mario Vargas Llosa incluido) que da cuenta de lo que el hombre blanco ha sido capaz de hacer para satisfacer su codicia a costa de todos los demás hombres de la tierra.


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