No conformes con derogar la ley que iba a facilitar que varios jóvenes pasaran a la formalidad, las autoridades políticas desean elevar la valla del empleo formal aún más incrementando el –ya elevado– salario mínimo. En un contexto en el que uno de cada cuatro peruanos trabaja en la informalidad produciendo –en promedio– menos que el actual salario mínimo, es difícil entender cómo se puede justificar tal iniciativa. Asimismo, en la medida en que la productividad de los trabajadores se encuentre por debajo del salario mínimo, no tendrá sentido para los empresarios formales contratar a empleados que cuestan más de lo que aportan a la compañía. Sin duda, la tarea más importante consiste en mejorar la productividad, pero, mientras esta situación no se dé, deberíamos, por lo menos, evitar seguir excluyendo con costosas regulaciones.
Es más que probable que la reflexión que compartiré hoy desatará la ira de algunos especialistas en la materia. Es más que fijo que seré acusado por algunos de ignorante en lo que es economía y por otros de irresponsable al proponer ideas que, según ellos, podrían causar catástrofes económicas irreversibles. Por ello, antes de que esto suceda, permítanme poner un pequeño parche. No soy economista ni soy especialista en política pública ni tributaria. Tampoco, para estos comentarios, he acudido a la voz de algún especialista que me haya convencido de alguna de sus ideas al respecto. Estas ideas parten de mi experiencia como cocinero y empresario, y de una interpretación de la realidad que vivo y viven cada día miles de comerciantes y empresarios jóvenes y no tan jóvenes, chicos y no tan chicos, que batallan día a día por sacar adelante sus empresas y comercios intentando hacerlo bajo los nuevos principios que hoy se esparcen de generar valor compartido, de crecer individualmente mientras compartes tu éxito colectivamente. Vayamos de una vez al tema.