PRISIÓN CASUAL “Por curiosos, se nos antojó comprar esposas en un sex shop”, confiesa Geraldine (28). “El punto es que se me ocurrió esposar a mi enamorado a la cama y empezar a hacerle masajes. En ese trance, me dan ganas de ir a orinar. ‘Ya vuelvo’, le digo. Fui al baño. Cuando me estoy lavando las manos, escucho un golpe fuerte. Al regresar, veo que la puerta del cuarto está cerrada. Intento abrirla y nada. ¡Estaba con seguro! Resulta que el viento estaba tan fuerte que pudo cerrar la puerta. Mi enamorado estuvo una hora ahí dentro, hasta que encontré la llave”.