22.NOV Viernes, 2024
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Bomberos Voluntarios del Perú

Mira el piso, como avergonzado, como pidiendo perdón por no haberlo logrado. La imagen era la de un hombre derrumbado, oliendo a muerte, sudando cenizas, con las manos rudas pero temblorosas. Qué podía decir, las palabras se le habían quedado atascadas al tercer día, y así hasta el último martes, cuando se le quedó grabado el rostro de resignación de alguien que ya solo esperaba el cuerpo de su hijo, un joven que también podía ser su hijo o su hermano menor, ese que por suerte va a la universidad. El hombre, de sucio traje rojo, abandona la zona y resiste para que las cámaras no lo vean llorar. Porque los bomberos también lloran. Y lloran más cuando sienten que no llegaron a tiempo, o que quizás no hicieron lo suficiente. Pero él corrió a la primera alerta, e hizo todo lo que pudo. Se exigió tanto que por momentos parecía que la fuerza no le alcanzaría para 24 horas más. Con su sucio traje rojo, camina despacio. No quiere que le pregunten nada, no tendría valor para dar consuelo o explicaciones, profundizar en los detalles. Ya todo está consumado. Calcinado.

Ellos estuvieron allí. Cuando millones de pirotécnicos convirtieron Mesa Redonda en un infierno, cuando la exclusiva discoteca Utopía fue presa del fuego o cuando las llamas arrasaban con todos los asentamientos humanos del cerro conocido como Lomo de Corvina.

Tenía apenas 7 años cuando vio a su héroe salir de en medio de las llamas, llevando en hombros a un joven. Este héroe era su padre, un bombero experimentado, quien acababa de rescatar de la muerte a una persona en el Callao. Desde ese momento, Giselle Robles Delgado supo que pertenecería a esta noble institución: el Cuerpo General de Bomberos Voluntarios del Perú .