08.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Fernando Ortega,Columnista invitado
Cada día recibimos con preocupación los “ajustes a la baja” sobre los pronósticos de crecimiento para este año de nuestra economía. Las acusaciones y justificaciones se suceden unas tras otras, y son un “punto caliente” para el debate político.

Pero todos se enfocan a temas coyunturales y de política económica, y no ven que el problema es más grave, y de naturaleza estructural: tenemos una economía más o menos organizada para el mundo del Siglo XX, cuando ya ha llegado la gran revolución de la convergencia tecnológica NBIC (nano-bio-info-cogno), a tal extremo que mientras aquí hablamos de la diversificación manufacturera, basada en generar mayor valor agregado a los recursos naturales, en el resto del mundo ya se habla de “mentefactura” (mentofacturing o mindfacturing), es decir, de creación de valor empleando el conocimiento que va surgiendo de la combinación de las tecnologías-madre NBIC.

Internet de las cosas (IoT), grafeno y otros alótropos del carbono, la automatización y el control de equipos (incluyendo robots) con la mente, producción de energía mediante bacterias y algas, proteínas a partir de células madre, son tecnologías que están saliendo de los laboratorios para entrar al mercado, desplazando paulatinamente lo que han sido los commodities tradicionales que exportamos los países en desarrollo: metales, petróleo, madera, carne, harina de pescado, etc.

La solución no pasa por cambiar ministros de Economía, aunque no defendemos la continuidad de nadie. Debemos abandonar la idea que somos un país rico porque tenemos recursos naturales. Eso ya terminó hace décadas, aunque no queramos darnos por enterados. Ahora debemos confiar nuestro desarrollo en la capacidad del talento humano de nuestros científicos y empresarios para crear la nueva oferta productiva basada en ciencia, tecnología e innovación, porque la competitividad hoy es función del conocimiento, dicho para que lo entiendan mis amigos economistas.


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