¿Qué tienen en común un estropeado Cristo de yeso y un hombre con una herida en la nariz? En Quito (Ecuador), al menos, ambos son “reparados” en el mismo local, donde restauradores de íconos religiosos emplean sus técnicas y secretos para “curar” o maquillar personas.
Antonio Puruncajas, un chofer de 52 años, recibió un fuerte golpe en la nariz durante un asalto. Aún con la herida sin cicatrizar, se sienta en un banco de madera para que Miriam Trujillo la cubra con una mezcla que, promete, borrará la marca.
Solo que Trujillo no es médica ni cosmetóloga. Su oficio es el de restaurar las figuras religiosas en mal estado que le llevan los fieles católicos. “Me van a retocar como al Divino Niño”, expresa sonriente Puruncajas.
Trujillo, una artesana de 37 años, limpia y lija la nariz del hombre como si fuera un trozo de madera, y aplica sobre la herida un mejunje color piel.
Los restauradores de santos, que por décadas arreglaron imágenes religiosas en una calle estrecha del centro colonial de Quito, aplican las mismas técnicas para curar y tapar heridas menores.
El procedimiento incluye pinturas acrílicas, colorantes de origen vegetal y un “ingrediente secreto” al que le atribuyen poderes de sanación. Entre sus clientes también hay mujeres o funcionarios que prefieren ser maquillados en estos talleres con espejos antes que en un salón de belleza.
Edwin Muñoz, de 52 años, es otro restaurador de santos. Desde hace 30 trabaja en un taller en Quito. Según él, su tío Víctor descubrió hace cuatro décadas, por casualidad, los “beneficios de la pintura de santos”, cuando su mujer sufrió un corte en la cara. Él y sus colegas aprendieron el oficio en casa.
Los restauradores de santos no recuerdan haber recibido reclamos por su otro trabajo, y eluden las preguntas sobre los controles y permisos sanitarios.
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