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Fiestas Patrias: Cuatro cosas para avergonzarnos como peruanos

La falta de respeto, impuntualidad, informalidad y la basura en las calles son características que, lamentablemente, también nos definen como peruanos. ¿Cómo cambiar?

 Hay que tomar conciencia también de que los afectados directos deben intervenir en la solución.
Hay que tomar conciencia también de que los afectados directos deben intervenir en la solución.
Pablo Vilcachagua

Pablo Vilcachagua

@pablovil

El patriotismo es un sentimiento que embarga a la mayoría de peruanos durante Fiestas Patrias. Sin duda, la celebración de la Independencia del país es un momento especial para recordar nuestras riquezas culturales como peruanos. Las comidas típicas se abren paso mientras las gestas de los héroes nacionales son declamadas en los colegios. Por las calles, las banderas se confunden en los techos de las viviendas y la música criolla no deja de sonar.

Por cada 2 trabajadores formales, existen 5 informales

En definitiva, en todo julio el Perú se nombra más que en cualquier otro mes del año. La sensación de patriotismo nos hace inflar el pecho, pero ¿no es un buen momento para evaluarnos como peruanos?

La impuntualidad, la falta de respeto hacia el otro, la basura en las calles, y la informalidad son alguna de esas actitudes que –lamentablemente– también nos caracterizan. En Perú21 consultamos a cinco especialistas sobre estas actitudes típicas de los peruanos con el único afán de hacernos reflexionar que no debemos esperar más para cambiar.

Impuntualidad


César Zamalloa, antropólogo. Especialista en Cultura y Medios de Comunicación.

-Somos impuntuales, claramente. Eso parte de no tener una conciencia del otro. Somos una sociedad de gente muy egoísta la cual nos enseña solo a pensar en nosotros mismos. Pensar en uno mismo y no en los demás se refleja en llegar tarde a las citas. En otros países lo primero que se enseña es el respeto a los demás y eso se hace visible en la puntualidad. Lo peor es que a algunos parece no molestarles y lo he comprobado. Conversando con mis amigos, les he preguntado cuánto tiempo están dispuestos a esperar a una persona. Increíblemente algunos están dispuestos a hacerlo por más de dos horas. Eso refleja nuestra informalidad, nuestra falta de institucionalidad, la falta de respeto.

Probablemente ni siquiera haya víctimas porque ese que es capaz de esperar dos horas sabe que también lo pueden esperar dos horas. Es como cuando vemos a combis cometer faltas terribles en el tráfico. No se inmutan porque en su momento van a hacer lo mismo. Es parte de su cotidianidad.

Todo forma parte de un problema estructural el cual es la falta de institucionalidad. Si no resolvemos eso en el país nada va a cambiar. Tu no puedes hacer una campaña para cambiar la impuntualidad si es que no haces primero que el presidente, el Poder Judicial, el Congreso, las instituciones públicas sean puntuales. Tiene que ser un cambio institucional.

Informalidad


Mariana Alegre, especialista en Derecho Urbano. Coordinadora general de Lima Cómo Vamos.

-Estamos acostumbrados a la informalidad porque nos han acostumbrado. Los peruanos somos una sociedad acostumbrada al abandono del Estado. Eso, sumado a un actuar del propio Estado de trasladarnos las responsabilidades (y, por ende, las soluciones) ha llevado a que seamos proclives a resolver nuestros propios problemas, muchas veces, en contextos en los que ni siquiera existen reglas o estas eran tan flexibles y/o no tenían capacidad de ser cumplidas ni hechas cumplir.

Incluso, muchas veces, ha sido el propio Estado quien ha fomentado la informalidad. Por ejemplo, con la liberalización del transporte público en 1992 –durante el gobierno de Fujimori– y como respuesta a los despidos producto de las privatizaciones. O, por ejemplo, como reacción ante la ausencia absoluta de una política social de Vivienda.

En muchos casos también se reacciona ante la ausencia. Tomas el bus donde no hay paradero porque el paradero o no existe o está mal ubicado (forzando al pasajero a caminar mucho más, llevarlo por un lugar inseguro). No estoy justificando la informalidad sino explicando las razones por las cuales existe y es tolerada (e incluso celebrada).

Otra razón es que la gente no vuelve tangible la forma en que la informalidad le afecta. Se queda en el corto plazo: me costó más barato el producto. Y no piensa que se le va a malograr más rápido. Eso también es consecuencia de la pobreza: si no tengo plata para comprar algo de mejor calidad, pero igual tengo que comprarlo, entonces compro algo más barato o pirata.

Hemos perdido la oportunidad de aprender de la tragedia de Las Malvinas. Si en ese mismo momento el Estado hubiera iniciado de campaña para visibilizar el problema de la informalidad otra sería la historia, pero la vida de estos jóvenes ha sido en vano.

La solución a la informalidad es múltiple. Requiere el concurso del Estado, la Sociedad Civil, las empresas y los ciudadanos. Pero, no se trata de iniciar cruzadas para acabar con la informalidad, sino de encontrar soluciones estructurales a las necesidades de las personas que están optando por actuar informalmente o aceptando dichas prácticas. Sí, las campañas y cruzadas –de la mano de fiscalización y de medidas anti corrupción– servirán pero no resolverán el problema.

Falta de respeto


Fátima Toche, abogada, especialista en nuevas tecnologías

-Uno de los principales problemas del país es la falta de respeto y empatía entre sus habitantes: el considerar que si algo no te afecta entonces no es un problema real. En este contexto, el espacio para el diálogo es muy reducido, más aún, porque por un tema cultural aquí se confunde discrepar con atacar. El cuestionar el ‘status quo’ ofende.

Por ejemplo, todas y cada una de las obras recientes del alcalde Castañeda Lossio son una falta de respeto a los ciudadanos y a la inteligencia. También es una falta de respeto por la vida y dignidad de los peruanos el paupérrimo poder fiscalizador del Estado que permite que sucedan hechos como el incendio en Las Malvinas, el accidente en el Cerro San Cristobal, el incendio en Larcomar y que aún en nuestro país haya mano de obra esclava, trata de personas, explotación sexual, entre otros padecimientos. Respecto a agresiones en redes sociales, la impunidad de la que están revestidas ya sea por el anonimato o porque las autoridades no son conscientes de que las normas legales aplican igualmente en entornos digitales, ha normalizado la discriminación, ofensa, apología a diversos delitos y difamación a través de estas redes.

En la medida que no se perciba a el otro como un ser humano merecedor de respeto no van a cambiar las cosas. Hay que tomar conciencia también de que los afectados directos deben intervenir en la solución. Sin embargo, el principal énfasis debería estar en la escuela. La educación es nuestra única esperanza de ser una sociedad mejor.

Basura en las calles


Margarita Cateriano, coordinadora de la carrera de Ingeniería Ambiental de la UPN.

-Sin duda, somos un país que convive con la basura. El caso más común es notar que hay un grupo de peruanos que botan residuos sólidos por las ventanas de sus vehículos, botellas, cáscaras. Todo parte de la falta de respeto hacia el otro y el desconocimiento de las consecuencias que trae esta forma de contaminación.

En mi experiencia considero que se está tomando conciencia, principalmente con la población menor en los colegios, un lugar donde se debe focalizar la educación ambiental. Tenemos casos concretos donde niños enseñan a sus padres o cercanos que es una falta de respeto arrojar los residuos a lugares que no sean tachos o depósitos.

A partir de ahí se debe iniciar un segundo trabajo, la sensibilización a los adultos. Una “reeducación” con el fin de cambiar actitudes. En términos económicos eso no resulta costoso y los resultados son altamente beneficiosos. Por ejemplo, todos debemos tener una cultura de reciclaje, como forma no solo de evitar una contaminación mayor, si no como colaboración a las personas que posteriormente reciclan en la basura. Son decisiones personales y nada costosas; sin embargo muchas veces nos gana la flojera o desidia.

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