Cuando los calendarios se acaban es porque un nuevo año está por empezar. El orden de nuestros días, las horas en los relojes y cualquier otra medida de tiempo son ineficaces porque nada podemos hacer para detener el presente.
Nuestros rituales —repetidos, esotéricos o absurdos— no están hechos para retener al tiempo, sino para hacerlo relevante y tener una anécdota, un recuerdo, que nos permita almacenar un espacio para nosotros mismos y rememorar mientras nuestro planeta da otra vuelta alrededor del Sol.
Por eso todos los años el Mercado Central de Lima se convierte en un templo de comerciantes y cábalas que cautivan a todos, incluso a los más cínicos. Calzones amarillos, cotillón y muñecos para quemar. Ya estamos listos para el 2016.
Fotos de Anthony Niño de Guzmán
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