05.NOV Martes, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

“Juan Piqueras era un hombre de 82 años que había dedicado su vida entera al arte, 60 años de mimo al momento de morir, pero también pintor, maestro, actor”.

Mientras viajamos a la sierra por fin de año, la artista visual y performer Kylla (Mónica Piqueras) organiza por teléfono los cuidados de su tío Juan mientras ella estará ausente, que le laven el poncho, que le lleven comida.

Cuando cuelga le pregunto por su tío y me dice que sigue siendo el mimo de siempre, que sigue trabajando para dar alegría a los niños y que pese a no haber acumulado una fortuna, no se arrepiente de haber dedicado su vida entera al arte. A los pocos días llega la dolorosa noticia: “Ha muerto el mimo Juan Piqueras”, dicen los diarios, y los homenajes abundan, ahora que ya no hay nada que hacer más que recordarlo con cariño y respeto. La fuerza y la dicha de Piqueras se mostraron intactas hasta su último respiro, cuando llegó el paro respiratorio que, felizmente, se lo llevó sin agonizar.

Ha partido un ser lleno de magia y de amor y su ausencia la sentirán quienes creían en él, y cientos de niños que lo gozaron hasta el final. Pero con su partida me duele la de todas las personas que no tienen una vejez digna, gracias a un sistema económico que no los toma en cuenta. Cobrarle, a las personas de la tercera edad, un seguro más caro cada año, es un maltrato que no se justifica con ninguna curva estadística, y que se ha instalado en nuestras vidas como lo más normal.

Juan Piqueras era un hombre de 82 años que había dedicado su vida entera al arte, 60 años de mimo al momento de morir, pero también pintor, maestro, actor y un alma que hipnotizaba a los niños sin más insumos que su cuerpo, su voz y sus manos.

Un documental en blanco y negro de 1976, llamado Te invito a jugar, lo muestra de cuerpo entero, altísimo, con sus manos larguísimas, entreteniendo por horas a niños de escuelas humildes de las afueras de Lima, niños que lo siguen cuando canta, cuando sale del salón, y se los lleva al aire libre a correr, cantar. Imaginar. Con el cuerpo, con las manos, con la cara y la alegría, los niños sacan lo más maravilloso que habita dentro de ellos. Piqueras no utiliza objeto alguno y sin embargo los niños vuelan cometa, se convierten en mariposas, en arañitas, en globos. La magia doblega a cualquier tipo de carencia. Solo el maestro, los niños y las ganas de imaginar. Son niños de mediados de los setenta, pero Piqueras continuó haciendo esa magia, junto a su esposa Carmen, hasta el día de su muerte, en su casa de Barranco, hace menos de una semana.

La libertad, para Piqueras, lo era todo. Crear. Ser quien nos nace ser y, naturalmente, ser felices con eso.


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